Hace unos días estando aquí cumplí años, aunque creo que no valió la pena haber gastado aquí ese día. El lavaplatos está completamente tapado, resulta un sainete el ir y venir sacándole el agua. Salgo por la vía que me señala la ciclo-ruta.
Llego a la estación del bus que me llevará hasta el tren, o Metro, como aquí se llama, igual al de Washington, o al de París. El conductor prefiere dejarme pasar que intentar responderme en inglés. Otro viaje gratis. Al llegar me conecto con la línea naranja y me bajo en Square-Victoria.
Llego a la escuela de chef’s de la que me hablaron los venezolanos. Llego un poco tarde y han cerrado el buffet, pero al menos ya sé dónde queda. Camino hacia la Plaza de Armas. Empiezo a recorrer una especie de mercado chino, esto parece un “San Andresito”, he saltado de un mundo a otro.
Oriento a unos anglófonos que por aquí se perdieron, ¡increíble! Ya me ubico bien en este lugar, que se me parece a Barranquilla, con tren subterráneo y con arquitectura europea. Bueno, eso imagino, nunca he ido a Europa.
He visto tanto “loco” que he terminado por convencerme que el loco soy yo, porque no tengo tatuajes, ni uso esa ropa esperpéntica, ni tengo perforaciones en las cejas o nariz, ni camino de la mano con alguien de mi mismo sexo. Bueno, así son las cosas aquí, el extraño soy yo.
Cae la noche, y va a empezar una dura jornada desde las 11 de la noche hasta las 7 de la mañana. Nos vamos a la estación Viau de la línea verde, alguien allí nos recogerá.
JPDR (Montreal, ago 2008)
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