En 1986, empezó mi historia un día en el que Diego Maradona empalmó con el borde interno de su botín zurdo, sobre el límite de las 6 yardas, un balón que terminó al fondo de la red del pórtico italiano. Desde entonces amo el fútbol, y no me cabe duda de que lo amaré por siempre. No soy hábil para correr, como lo era el Diego, de hecho soy lento, muy lento. Sin embargo, he corrido por cuatro años consecutivos la versión recreativa de la Media Maratón de Bogotá: los 10km.
La razón por la que corro en Bogotá cada año es porque considero que el evento de la Media Maratón -dicen aquí que la competencia más importante de Latinoamérica- es lo más parecido a la Batalla de Flores barranquillera. Es un evento que moviliza miles de personas entre corredores, patrocinadores y espectadores, y en el que se ve una euforia generalizada que no he visto superada en algún otro momento del año en esta tibia capital.
En esta competencia 2012, llegué a la esquina de la Avenida 68 con Calle 53; no sabía en ese momento lo lejos que estaba del punto de partida. Llegué más tarde que nunca, pasadas las 11:00am, cuando ya la categoría de los viejitos, en la que siempre corro, había partido. Me confundí por las instrucciones de un papel publicitario, ya que es común que año tras año se modifiquen los puntos de encuentro y recorridos. Corrí a fondo hasta que 2km adelante, por fin llegué al punto de partida. Completamente exhausto sin haber aún empezado el recorrido inicié con un hombre de cerca de 60 años y una mujer de cerca de 45. Les seguí el paso a los dos hasta completar el primer kilómetro, que increíblemente no hacía parte de los 10.
Ahora por fin empieza la carrera, el hombre de 60 años galopa ante mi mirada ya borrosa y su figura se desvanece en el horizonte. Aún le sigo el paso a la mujer de cerca de 45 años. Es difícil no abstraerse cuando ya los ánimos flaquean, las rodillas pesan y el recorrido apenas empieza.
Faltan 7km: pese a que lucía como un barril, por lo romo, y a que mi cabello parecía un casco, con ese aspecto caricaturesco ingresé a la escuela de taekwondo. Me destaqué. Desarrollé la capacidad de levantar cualquiera de mis piernas por encima del nivel de mi cabeza. Aprendí a vencer el miedo cuando tuviera que enfrentarlo. Llegué hasta cinturón verde. Lamento mucho no haber continuado.
Me le adelanto a la mujer con la que partí de la meta. No la veo. No recuerdo que me haya superado. Hay un hombre en muletas procurando vencer el recorrido.
Faltan 6km: la conocí exactamente el 26 de junio de 1993. Estaba vestida de blanco y naranja. Yo tenía unos jeans y una camiseta roja, blanca y negra. Ella tenía el cabello negro y los ojos muy oscuros. Desde entonces me seducen los ojos oscuros. Después de aquel día nunca me atreví a buscarla. Todavía soy un poco así.
Alcanzo a unas viejitas que llevan una camiseta de Carrefour color azul. Con esfuerzo logro superarlas y seguir corriendo con una diferencia cercana a los 7 minutos entre kilómetro y kilómetro, según señala mi cronómetro. Seguramente más del doble del tiempo del más flojo de los kenianos.
Faltan 5km: por accidente terminé en el grupo que practicaría hockey durante todo el año. Nunca había jugado hockey. Tenía unos patines Roller Derby que sin embargo dominaba. Conocí a varios de un grado inferior con quienes compartíamos el horario de deportes. Hice un par de amigos. Jugábamos fútbol en un costado de la cancha del colegio casi todas las semanas y sólo a veces practicábamos el hockey. Me quedé en aquella disciplina por varios años, sin practicarla o aprenderla.
Me duelen las rodillas. Trato de correr a mayor zancada y elevando los muslos. Alivia las rodillas, pero siento que me agoto más.
Faltan 4km: inicié la pretemporada con el equipo de los Softmores, desde el cual esperaba ascender al de los Juniors, o quizá al Varsity. La posición que me dieron fue la de volante ‘8’, la cual no conocía bien. Marqué un gol de tiro libre en el segundo partido. Antes del tercer partido volvió la peor enemiga que he tenido en vida, mi rotura fibrilar de cuádriceps. Me negué a decirle al entrenador lo que pasaba, intenté jugar sólo con mi otra pierna pero la lesión se agudizó. Estuve 6 semanas incapacitado y sólo pude volver a jugar los últimos diez minutos del partido final de la temporada.
Siento que se me ampollan los meñiques. La rodilla derecha me duele demasiado. En el último año no he corrido más que para huir despavorido de los carros que me aceleran cuando cruzo una calle en Bogotá.
Faltan 3km: llegó el último de mis días en la escuela de South-West al sur de Minneapolis. Logré hacer más de 12 ‘dips’, Mr. Flandrick me dijo que lo lograría cuando aún no lograba la primera. Emilio y Ericel me organizaron un partido de despedida. La pelota rodó sobre la más densa nieve, a una temperatura inferior a los -15ºC. Le dejé al ‘Diablo’ el retrato que dibujé a lápiz para la clase de arte, en el que obtuve la más alta calificación. Mrs. Smith me despidió con algo de nostalgia en su expresión.
Alcanzo a un viejito de no menos de 75 años a quien todos en las aceras le aplauden al paso. No entiendo por qué no me aplauden a mí, si es claro que hago un mayor esfuerzo.
Faltan 2km: el día que decidí partir del hogar de mis padres me mudé a una casa que en el patio tenía una mezcla de médano, piedras y maleza. Compré una podadora. Las calles no tenían pavimento, y tras las lluvias se volvían un lodazal. No había alcantarillado, sólo pozos sépticos. Comía lisa todos los días, sin excepción; la docena costaba $2000. El día que me fui dejé en aquel patio el más bello jardín.
La pierna derecha me falla y tengo que detenerme. Levanto la pierna sobre un bolardo en la acera e intento recuperarla para seguir. Pierdo cerca de 3 minutos. Logro continuar.
Falta 1km: un día tomé un autobús del Greyhound desde Chicago hasta Nueva York. Estuve decidido a abandonar aquella metrópoli mágica en la que me sentí caer derrotado. Esa ruta, por esa vía, duraba 24 horas. Ya antes la había recorrido dos veces, pero esta vez me subí sin un solo dólar. Una señora que se bajó en Toledo dejó un billete de $20 en mi chaqueta. Tuvo que ser ella, no pudo ser más nadie. No sé por qué lo hizo, nunca le dije que no llevara dinero.
Vuelvo a encontrarme con el admirable viejito, y en un acto de gallardía extrema acelero el paso. Creo que logro sacarle 5 metros antes de la meta.
Juan Pablo Díaz
(Bogotá, 2012)
Twitter: @juanpdiazr
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2 comments:
Historia confusa y arrogante. Deja mucho que desear. Perdí 3 minutos de mi vida leyendo este adefesio.
Gracias por tu opinión.
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