Monday, June 6, 2011

DE CÚCUTA A CARACAS

Todo empieza en la Terminal de Transporte Terrestre de la ciudad de Cúcuta, donde al entrar los encargados de las casas de cambio se disputan a quien pase frente a ellos ofreciéndole la mejor tasa de pesos a bolívares, o viceversa.

Luego del frustrante intento de un ciudadano colombiano por obtener la visa venezolana, enfrentando las barreras de interminables filas, zonificaciones nacionales, atención según terminación del número de cédula, presentación de extractos bancarios refrendados con el sello del banco emisor, certificación de las vacunas de fiebre amarilla y AH1N1, y cualquier cantidad de certificados y documentos que no requiere el ciudadano colombiano que cruce por aire la frontera, la única alternativa para llegar a la tierra de Bolívar será cruzar con algún ‘pirata’ con doble nacionalidad experto en concluir con éxito la primera etapa de la travesía.

Al llegar al control multi-carril de ingreso al vecino país, poco después del municipio venezolano de San Antonio, un guardia solicita la presentación de la cédula o en su defecto el pasaporte, con visa incluida para el caso del ciudadano colombiano. Cámaras vigilan el proceso. El ‘pirata’ invita al oficial a abrir el baúl, este toma un objeto punzante y lo introduce a través de las paredes de cada pieza de equipaje. Luego de terminar el proceso el guardia se retira sin solicitar documento alguno. Ha encontrado su premio al abrir el baúl, un billete verde de 50 bolívares (Unos 11.000 pesos colombianos).

Empieza el camino hacia San Cristóbal, surcando la montaña. Para evadir el siguiente retén, el pirata conoce una ruta de calles empinadas, pendientes difícilmente superables si la gravedad no estuviera a favor del peso del vehículo. Ya el viaje se tiñe color de aventura. Aún falta un retén más, pero coincide con la ruta de un bus urbano que los guardias venezolanos jamás detienen, y que se convierte en una especie de puerta a través de la que un ciudadano colombiano despapelado se torna invisible e invulnerable. Ya del otro lado la ruta continúa con el pirata.

En el Terminal de Transporte de San Cristóbal se puede cenar un plato de ‘cochino’ (cerdo) con yuca, antes de descubrir que ningún bus con destino a Caracas embarcará a un colombiano sin papeles. Nadie se aventura a pasar sobre las múltiples ‘alcabalas’ (puestos de control policial), fijas y móviles, que vigilan esa ruta con un colombiano sin visa de pasajero. Pero hay un destino más simple: Barquisimeto.

Sólo habrá que superar 3 alcabalas en esa ruta. En la primera alcabala, un colombiano podría, por ejemplo, hacerse pasar por conductor del bus, un simple cambio de camisas lo exonerará de enseñar papeles. Para el policía cuesta más un posible ilegal que la verificación de una licencia de conducción. En la segunda alcabala, un colombiano podría contar con la suerte de que los policías no pidieran documentos y se limitasen, pasadas las 4 de la mañana, a revisar los compartimientos del vehículo. En la última alcabala, un trío de policías, podrían preferir reparirse 100 bolívares que la molestia de verificar los documentos de unos pasajeros que, pasadas las 6 de la mañana, procuran dormir en sus asientos soportando el inclemente frío al interior del bus. A las 9 de la mañana un colombiano está casi del otro lado, ya en Barquisimeto el resto del recorrido para llegar hasta Caracas es más simple.

En el terminal de Barquisimeto algún pirata recorrerá sin verificación de legalidad transnacional, con un vehículo de alto cilindraje y cinco pasajeros cualesquiera abordo, la ruta que a una velocidad de 150km/h, conduce en 4 horas a la capital venezolana. En un parpadeo, y con un agotamiento extremo, pasadas las 3 de la tarde, un colombiano despapelado, habrá logrado la proeza de pisar la capital venezolana sin una visa difícil de obtener para llegar a un lugar donde, sin una explicación racional, cientos de colombianos más habrán procurado ese mismo día la misma hazaña. Algunos habrán tenido éxito, otros no.

Una cifra aproximada de 600 bolívares (unos 130 mil pesos colombianos) se habrá quedado en el camino. Algunos ‘bolos’ habrán sido cambiados por transporte, otros por comida, y otros más habrán sido el equivalente a la cédula venezolana.

Juan Pablo Díaz
Bogotá, 2011.
Twitter: @JuanPDiazR