Thursday, May 9, 2013

ELLAS Y SUS HISTORIAS

Ella, de ojos miel, de sonrisa perfecta. Ella, de impecable ortografía, de pulidas maneras. Lo encontró a él, en exploración tardía. Él, diferente, serio, parco. Siempre presente la falsa creencia de que palabras y adagios populares encierran el secreto de la felicidad. O al menos la verdad. Se casaron. Escenario repetido, pero siempre auténtico, cuando es otra la pareja y cuando, sin hurgar en el destino próximo, parecen felices los dos. Algunas veces la suegra vive la boda con el semblante que debería guardarse para un velorio. Pero no fue el caso. Ésta historia, de mi parte, y al menos por ahora, permanece exenta de pronóstico.

Ella, rebelde e impulsiva. Encontró uno tan inestable como ella, tan inseguro de sus propios quereres como ella. Era la crónica de una muerte anunciada. Pero los emotivos poco caso le hacen a la razón y se lanzan al vacío sin precaución alguna. Alguna vez lo compartió, y aquella particular situación pareció crearle la obsesión de ser la única. Sus impulsos y locura pos adolescencia la condujeron por caminos por los que era fácil terminar arrepentida, pero le valieron para encontrarlo de nuevo. La irracionalidad de ella era sólo superada por la irracionalidad de él. Se casaron en una pequeña pero bonita ceremonia. La unión no fue prolija y el final no fue afable. Tomaron caminos separados. Apuesto a que continúan insatisfechos con sus nuevas vidas.

Ella, de curvas perfectas, osada, intelectual. Encontró a un hombre mayor de su misma profesión. Creyó haber encontrado lo que necesitaba, serenidad, estabilidad, lo que antes le resultó esquivo. No fue tan así, pero tampoco fue tan malo. Se demostró algunas cosas así misma, y también lo ayudó a ser mejor de lo que era. Construyeron cosas juntos. Le costó manejar el deseo de entregarse a un hombre más joven, de mejor aroma, de mejor textura, y sucumbió. Ellos siguieron, quizá porque la infidelidad sólo destruye la relación en la que el otro la descubre. El hombre joven desapareció. Quizá ella sucumbió alguna vez más. Quizá él también.

Ella, soñadora y persistente. Nunca encontró lo que quería, quizá porque siempre avanzó a pesar de haber fallado el primer paso. La valoraron poco, pero fue su culpa. Perseverante y emocional, dedicada e inestable. Astuta y torpe a la vez. Luego de muchos desencuentros, de varios desamores, encontró uno que aceptó aceptarla. Ello le bastó, pero él estaba muy lejos de lo que ella soñó para sí misma. Un tercero motivó la unión nupcial. El deber ser aprendido dibujó un camino que ella no trazó utilizando su conciencia crítica. Espero equivocarme al suponer que vivirá frustrada por mucho tiempo, luchando contra la gansada de creer importante demostrarle a los demás que estaban equivocados.

Ella, sutil y encantadora, básica, pero sublime. Fue de ésas que encontró un amor adolescente de ésos que perduran. Pero que también un día se acaban, como todo. Después de tantas historias, de tanto tiempo transcurrido, la mente se engaña al suponer que un paso más, aún por fuera de los límites de la sensatez, se hace necesario para darle sentido a lo vivido. Qué grave error creerlo así. Él, indeciso y abnegado. Estaban hechos para lanzarse juntos al abismo. Y así fue. Casamiento, Iglesia, familia, amigos. Terminó más temprano que tarde. Ellos encontraron nuevos compañeros antes de la definitiva sentencia de muerte, y aún así se preguntaban si después de tantas líneas escritas donde aparecían los dos, lo correcto para el uno continuaba siendo el otro.

Juan Pablo Díaz R.
Bogotá, mayo de 2013
Twitter: @juanpdiazr