Tuesday, December 18, 2012

EL ÚLTIMO TIRO PENAL

Habían pasado tres años desde aquella tarde en la que el ‘profe’ Luna me mandó a la cancha en un partido en el que jugaban los mayores. Fue un evento fortuito. Yo pasaba horas merodeando por la cancha de abajo y cuando todos los de mi categoría se habían ido ahí quedaba yo. Hubo un lesionado y no había cambios. Entré sin dudarlo. En una me vino el centro de derecha y entraba yo libre de marca, pero no me atreví a saltar y conectar. El cabezazo no era una de mis virtudes, pero en realidad había tenido miedo. Sin embargo, en la misma jugada, el fútbol conspiró para que en un rechazo defectuoso el balón volviera al costado derecho y cayera sobre el mismo centrador, quien mandó de nuevo el centro. Habían pasado tan solo segundos y tuve de nuevo la misma idéntica oportunidad que había dejado pasar. Me levanté de un salto y conecté. El balón infló la red, y yo que corrí ferozmente a la raya para abrazar a Luna. Ganaron el partido con el gol de un refuerzo improvisado que mandó el azar desde una categoría menor.

Sería el primer torneo interno del que participaría desde que me formaba en la escuela del club. Cuando repartieron las camisetas en lugar de entregarme la ‘7’, la que siempre usé, me dieron la ‘3’. Jugaba de ‘11’, pero siempre me calcé la ‘7’. Pregunté si se trataba de un error. ─ No, no es un error, en este equipo jugarás como marcador izquierdo ─ Me dijo el entrenador. Fue como si una daga me atravesara de lado a lado. Qué iba a hacer con las incontables horas que pasé yo solo practicando los remates al arco, soñando con ser el goleador de mi equipo, con desquitarme de tantas cosas utilizando el fútbol, jugando de ‘11’ en aquel mágico torneo que coincidía con el Mundial de Italia.

En el colegio había jugado de defensor central por una curiosa situación. El entrenador que nos asignaron, de apellido Prieto y estudiante de 11 grado, había decidido que las posiciones serían en orden alfabético, así, el primero en la lista sería el arquero, más o menos hasta la F seríamos defensas, hasta la M serían volantes, y los últimos de la lista serían los atacantes. Mi buen amigo Zuluaga, por supuesto, resultó de atacante, y yo de defensa, aunque jugaba con la ‘7’. Salvo por aquella insólita situación del fútbol, exceptuando aquel arrebato caprichoso de ese tal Prieto, nunca había jugado en una posición distinta a la de delantero.

Llegaba el momento esperado y me tocaría saltar a la cancha con la número ‘3’ a desempeñar una misión desconocida, marcar la franja izquierda en una línea de 3. Pero el Dios del fútbol se hizo presente en mi vida de la forma más evidente posible. Sobre el último par de días previos al inicio del campeonato tuve un sorpresivo cambio de entrenador. El nuevo entrenador decidió que, aún con la casaca número ‘3’, jugaría de ‘11’.

Parecíamos ser el equipo más débil, pero con el correr de los partidos fuimos demostrando que éramos un equipo sólido. Nos parábamos bien atrás, y Abelardo y yo, la dupla atacante, estábamos finos a la hora de marcar. El torneo era por puntos, y antes de jugar la última fecha ya éramos inalcanzables. Éramos campeones sin haber jugado el último juego. Pero aquel partido era muy importante para Abelardo y para mí. Habíamos sido un dúo excepcional, pero cualquiera de los dos se podía quedar con el botín de oro. Él había marcado los mismos goles que yo, y ambos uno menos que Alvarito, un delantero de otro equipo. Ya Alvarito había jugado su último partido. Si cualquiera de los dos marcaba igualaba el récord de Alvarito, y si alguno se iba con dos dianas sería el botín de oro solitario.

Antes de que concluyera el primer tiempo cayó una pelota sobre mi sector y la crucé al otro palo del arquero para lograr el primer gol, poner en ventaja a mi equipo, igualar el récord de Alvarito y superar a Abelardo. Nos fuimos a las duchas con sólo una cosa por definirse en aquel torneo: el botín de oro. Por ahora había un doble empate en la tabla de artilleros y uno con un gol de desventaja y todavía con un tiempo por jugar.

Abelardo lucía nervioso. Él había estado por encima de mí en la tabla durante todo el torneo, y yo había resultado marcando 5 goles en los últimos cuatro partidos y lo había superado. Arrancó el segundo tiempo. Apenas empezaba y tuve una oportunidad de marcar. Otro balón cruzado que infló la red y puso el partido 2-0. Ya estaba yo solo en la parte más alta de la tabla de artilleros. El partido terminó de transcurrir con Abelardo bien abierto sobre la derecha y yo bien abierto sobre la izquierda. El ritmo bajó a un mínimo. No hubo más incidencias y el partido terminó.

Había ganado el botín de oro, o al menos eso creía yo. Los delegados y conjueces se reunieron terminado el partido y luego terminaron asegurando que había existido un triple empate en la tabla de goleadores entre Abelardo, Alvarito y yo. Yo no lo podía entender. La explicación fue que en un partido que habíamos ganado 2-0, en el que Mario y yo marcamos, se había pitado un W.O. antes de empezarlo porque el adversario se presentó después de la hora, y aunque el partido se terminó jugando con arbitraje y todo los goles marcados allí no contaban para ninguno de los anotadores de ese día, pero como el W.O. equivalía a un 2-0, y esos dos goles había que dárselos a alguien, se los habían dado uno a Abelardo y uno a Raúl. No podía existir una situación más injusta. ¿No era lógico haberle dado los dos goles a quienes los marcaron en lugar de dárselos a quienes no lo hicieron? Al parecer no.

Luego de varios debates decidieron que cobraríamos tres tiros desde el punto penal cada uno frente a un arquero neutral y quien ganara se quedaría con el botín de oro. Alvarito falló dos y salió de la contienda. Abelardo y yo fallamos uno y tuvimos que continuar lanzando. Alcanzamos a cobrar 7 tiros desde el punto penal y se mantenía el empate. En el octavo tiro Abelardo lo tiró afuera.

Si lo marcaba sería el último penal. Sería mi gloria personal. Si lo erraba la serie continuaba, y sería la tranquilidad para todos, para todos los que querían que el trofeo lo ganara cualquiera. Cualquiera menos yo. Y lo querían porque en aquel club los que no estábamos en ninguno de los colegios bilingües éramos vistos como menos, éramos objeto frecuente de burlas, jamás hacíamos parte de las ‘roscas’, no nos invitaban a las fiestas, ni siquiera era fácil que nos pasaran la pelota en los partidos.

Tomé impulso, mandé el zapatazo con lo que me quedaba, el arquero que no llegó, la pelota que pasó la línea, yo que levanté los brazos y que los vi a todos en silencio. A todos los que me decían que mi pelo parecía una choza, a todos los que se reían de mí porque me quedaba practicando terminada la práctica, a todos los que también se burlaban de la vieja Trooper en la que me llevaban a las clases porque ellos tenían carros mucho más lujosos, a esos mismos a quienes nunca les respondí pero que tuvieron que verme ese día levantando el trofeo y al de El Heraldo sacándome la foto, dejando indeleble la imagen que inmortalizaría ese momento sublime de la historia, de mi historia, para siempre.

Juan Pablo Díaz R.
Barranquilla (escrito originalmente en 1998, re escrito en 2012, transcurrido en 1990)
@juanpdiazr

Tuesday, December 4, 2012

MI RECUERDO DE MIGUEL CALERO

Mi más claro recuerdo de Miguel Calero tuvo lugar en la ciudad de Medellín. Yo estaba de visita. Eran los días de Semana Santa del año 1998. Junior de Barranquilla visitaba a Atlético Nacional en el Atanasio Girardot. Fui al estadio con la ilusión de ver a Junior sacar un buen resultado en su visita a un elenco paisa en el que varias de sus figuras eran jugadores atlanticenses, todos ellos en algún momento roji-blancos: ‘Ferry’ Zambrano, Álex Comas y el espectacular Oswaldo Mackenzie. Pero eso no era todo, el local contaba con el mejor lateral que he visto en Colombia, Diego León Osorio, y con un arquero al que creía conocer bien, Miguel Calero. Y creía conocerlo bien porque Calero en sus inicios había jugado en el Sporting, y yo había visto casi todos aquellos clásicos barranquilleros al calor de las tardes domingueras en el Metro.

El Atanasio Girardot estaba a reventar. Yo estaba en la tribuna de occidental baja. La tarde se empezó a oscurecer ─para mí─ cuando en una jugada entre los atlanticenses Mackenzie y Zambrano, el soledeño remató desde fuera del área y la puso en un ángulo imposible para Calixto Chiquillo. Minutos después, Oswaldo Mackenzie intenta entrar al área en medio de 8 piernas, la pelota rebota en un jugador de Junior y le cae a un jugador verdolaga aparentemente adelantado. El línea levantó la bandera, la defensa de Junior se quedó petrificada y el juez Óscar Julián Ruiz, quien sería célebre por sus desafueros hacia Junior, dio continuidad a la jugada en cuyo epílogo Giovannis Cassiani en reacción tardía y en el intento desesperado por despejar la pelota termina embocándola en su propia puerta. Para terminar de cerrar un funesto primer tiempo, fue el propio ‘Nené’ Mackenzie, ídolo en Barranquilla, quien convertiría el lapidario tercer gol.

Miguel Calero, capaz de manejar los ánimos de sus adversarios, le mostró un balón al atacante roji-blanco Daniel Alberto Tílger dominándolo con los pies. El ‘9’ gaucho, ex compañero suyo en el Sporting, cedió a la tentación de intentar arrebatarle esa pelota al guardameta vallecaucano y le cometió una falta que le significó la roja directa. Junior dependía de alguna genialidad de Víctor Danilo Pacheco, que tuvo una actuación descollante. El ‘crack’ atlanticense en varias oportunidades liquidó a sus rivales en velocidad con la pelota atada al pie, pero cada vez que se enfrentó a Miguel Calero fue el golero quien ganó el duelo.

En los últimos minutos, en una jugada maradoniana Oswaldo Mackenzie se deshizo de sus adversarios y puso de frente al arco con la pelota servida al barranquillero Álex Comas, quien sepultó a Junior con el quinto e irrevocable gol de la noche.

Pero el partido aún no terminada. Faltaba una más de Víctor Danilo Pacheco. La tomó desde su campo y avanzó como un lince tras su presa. Sólo veía el arco rival mientras los iba liquidando uno a uno. Sus compañeros se habían quedado en Barranquilla, aunque estuvieran dentro del campo de juego, así que por su propia cuenta y eludiendo a quien se cruzara en un su corrida estuvo dispuesto a dejar lo último que le quedaba para marcar el tanto de la honra, un tanto que amainara mi estado de humillación en aquella tribuna, un gol que aunque no me liberaría de terminar cundido en la derrota al menos me iba a permitir levantar los brazos por un segundo… Pero ni siquiera eso. Porque cuando incluso pasó la línea de la defensa y estuvo frente a Miguel Calero, cuando tuvo la oportunidad de silenciar brevemente aquel atiborrado estadio convirtiendo un gol de antología, cuando él solo los había ya vencido a todos, remató al arco y el balón se fue desviado. La tomó Miguel Calero para sacar de meta. Calero le había ganado todas, pero en aquella le bastó con asustarlo.

Terminó el partido y la hinchada paisa aplaudió a su equipo y también a Víctor Danilo Pacheco. Yo me negué a aplaudir a Mackenzie, pero aplaudí a Miguel Calero.

Juan Pablo Díaz R.
Diciembre de 2012, confirmada la muerte de Miguel Calero.
Twitter: @juanpdiazr

Sunday, November 25, 2012

EL CIRCO ROMANO EN EL FÚTBOL (LUIS CARLOS RUIZ)

─Si el ‘Polilla’ Da Silva te cobra penal tírate al palo derecho que casi siempre la manda allí─ Le dije a José María Pazo al interior del camerino una tarde de 1991 en la que Junior recibía al América de Cali ─Yo sabré a qué lado tirarme si me cobran penal.─ Me respondió en tono prepotente, en clara reprobación al consejo futbolero que un niño se atrevía a darle a quien ya era un profesional del fútbol. Por un momento pensé que habían sido en vano mis múltiples y anónimas intervenciones frente a cualquier oprobio que desde las sillas de madera de Occidental Numerada hubiere tenido por destinatario al cuida vallas cesarense. “Se ve que no has visto las que saca”, “como que hace rato que no vienes al estadio” o “si no vas a venir a apoyar mejor quédate en tu casa”, eran algunas de mis airadas respuestas frente a los comentarios vejatorios de alguno de mis improvisados contertulios. De todas formas, al final, el tiempo me daría la razón, porque ‘Che María’ sería dos veces campeón con Junior y llegaría incluso a ser parte de la Selección Colombia.

Son varios los casos históricos en los que la tribuna barranquillera ha encontrado una causa para solidarizarse en bandada con más efervescencia que el propio amor por el Junior: el odio desmedido, irracional y enfermizo por un jugador que viste la propia casaca del equipo al que presuntamente aman. El caso de José María Pazo se suma al de otro de su generación, Luis Grau. Grau cargaba con la cruz de un prólogo de generaciones de jugadores nacionales y extranjeros de gran riqueza técnica, y lo suyo no era la sutileza, sumado a una nueva generación de atlanticenses que prometía alegrías para el pueblo currambero, y establecía una vara alta desde la capacidad técnica que se supone debe poseer un futbolista profesional. ‘Lucho’ Grau podía ser dirigido por Comesaña o por Bilardo, por el ‘Papi’ Peña o por Beckenbauer, y de alguna forma encontraba su cupo en la titular. Al final muchos sucumbieron a las rechiflas y reconocieron el espíritu combativo del volante roji-blanco.

El caso quizá más emblemático en Barranquilla de la turba enardecida enfilando todos sus dardos hacia la misma diana, fue el de Carlos Araújo, un volante-8 cesarense que jugaba con la número ‘12’. De nada le valió a Araújo haber hecho parte de arrolladoras nóminas, ni un golazo que le marcó al Atlético Bucaramanga en el propio Alfonso López en un tiro parabólico sensacional, y menos aún una tripleta que doblegó al Deportivo Cali en su propio feudo. Ni siquiera su firme manera de cabecear ni la mística ovalada que mostraba en cada partido resultaron suficientes para que el público barranquillero cesara sus ansias de despedazar con diatribas de todo calibre la figura, un poco enclenque, de Carlos Araújo. En la mejor representación del circo romano y la masiva solidaridad en la causa de lacerar el ánimo y la honra de un simple ser humano que desde sus modestos alcances dejaba hasta la última gota de sudor en la cancha, Carlos Araújo soportaba con heroísmo la horda inquisidora domingo tras domingo.

El caso más lamentable fue sin duda el de Javier Flórez, volante-6 barranquillero de excelente manejo de pelota, claridad y despliegue físico. Al joven volante le valían poco su imponente talla y condición técnica, su manera de avanzar con la pelota en los pies y su incansable lucha en la zona medular. El público, por razones incomprensibles, encontraba el éxtasis en el ejercicio colectivo y casi unánime de calcinar con improperios el nombre y la honra de este deportista. El desenlace de este caso de animadversión fue trágico. Tras la pérdida del campeonato en 2009 algún aficionado alejado de la complicidad ponzoñosa de la multitud y del mimetismo de la grada se atrevió a increparlo en la calle, y el futbolista, seguramente cansado de la sarta interminable de humillaciones y psicológicamente afectado, tomó la peor decisión, terminar con la vida de uno de sus inclementes verdugos.

En la actualidad se presenta uno de los casos más increíbles, el de un jugador que ha sido titular con casi todos los técnicos, que ha alcanzado tres finales, ha sido campeón en dos de ellas y lo ha logrado siendo inamovible titular en el tránsito a dichas finales. Para disipar más las dudas en cada uno de los tres casos ha tenido un técnico distinto. Quienes lo han dirigido, quizá con la única excepción de Óscar Quintabani, han elogiado su capacidad, su entrega y su larguísimo recorrido, su juego aéreo, entre otras de sus cualidades como futbolista. Hablo, por supuesto, del samario Luis Carlos Ruiz. Ruiz resulta no sólo el destinatario de cada pelota que lanza larga Viera desde su área, sino de la más alucinante colecta de descalificaciones que llegan desde todas las direcciones pero a un solo blanco, que lleva el ‘27’ a sus espaldas. Ruiz, a diferencia de Araújo, no tiene apariencia de desvalido, todo lo contrario, cuenta con un envidiable porte de atleta, que contrasta con su carácter tímido, con un miedo a las cámaras y a los micrófonos cuando a él se acercan. Ruiz, como Araújo, es la personificación de la indulgencia, de la paz de quien sabe que lo ha dejado todo en la cancha y que no le han regalado nada de lo que ha conseguido.

Luis Carlos Ruiz nació en Santa Marta, lugar en el que Junior, equipo al que defiende, es profundamente odiado. Quizá ese contraste entre su origen y la institución a la que pertenece le ha trastocado el ánimo, o quizá simplemente es la víctima involuntaria y aleatoria de una causa histórica que ha defendido con vehemencia el público barranquillero (y quizá la misma raza humana a través de su historia): el ejercicio del escarnio público.

En la cancha Luis Carlos Ruiz es casi imposible de detener cuando se decide a avanzar con la pelota en velocidad. Los rivales sólo atinan a derribarlo. Provoca una cantidad incalculable de faltas, tiros libres, cartones amarillos, y a veces rojos, que amainan la pierna fuerte del rival, y que en muchos casos los deja en desventaja numérica. Casi siempre aparece en la foto de la jugada en ataque, y también en la del despeje oportuno desde la propia área. Es sumamente solidario cuando su equipo no tiene la pelota, y preciso en el despeje aéreo defensivo. Cuando Luis Páez no encontraba el gol fue él quien se disfrazó de ‘9’ y convirtió cuatro, rememorando aquella época no tan lejana en la que marcó muchos goles con la camiseta del Barranquilla en la primera B. Por esos días algunos abandonaron el bando de los inquisidores y se sumaron al de quienes lo elogiaban.

No sé los muchachos que apenas empiezan a entender el fútbol, no sé los viejos que no logran quitarse el hábito de ir al estadio a vociferar insultos, no sé los generadores de opinión que utilizan portales virtuales, micrófonos o sus @’s en Twitter para condenarlo, pero sé que yo, que tengo una parte importante de mi vida atada al fútbol y al Junior, siempre apoyaré a quien considero un jugador virtuoso. Nunca me temblará la voz o el pulso para decir: ¡GRANDE RUIZ!

Juan Pablo Díaz R.
Barranquilla, nov 2012
@juanpdiazr

Friday, November 23, 2012

BARRANQUILLA VS BOGOTÁ

En Barranquilla nací, en Barranquilla crecí; a Bogotá llegué por una conspiración del destino que decidió sin consultarme que aquí tuviera que transcurrir alguna parte de mi fugaz historia...

* * * *

Barranquilla es una ciudad de clima tórrido, Bogotá una ciudad de clima templado; el clima templado es, al menos para mí, más agradable que el tórrido: punto para Bogotá.

La humedad relativa de Barranquilla es del 95%, la de Bogotá del 75%, la humedad absoluta a 35 Celsius para una relativa de 0.95 es mucho más intolerable que la de 0.75 a 15 Celsius: de nuevo, punto para Bogotá.

Barranquilla está a una hora de Santa Marta y a una hora de Cartagena, que son los dos principales balnearios del país, unidos por vías rápidas; Bogotá está a tres horas de Girardot y de Melgar, qué son, bueno, dos poblaciones a cada lado de la frontera entre el Tolima y Cundinamarca: punto claro y contundente para Barranquilla.

Barranquilla es una ciudad con contaminación moderada, Bogotá una de las más contaminadas del mundo (en Bogotá de noche se ha adquirido una ‘mascarilla de hollín’ y se tiene el pelo tieso de puro hollín): punto para Barranquilla.

Bogotá hace un aporte al PIB de la nación al menos diez veces más grande que el que hace Barranquilla (en Bogotá se consigue incluso lo que todavía no se ha inventado): sin duda, punto para Bogotá.

Barranquilla es puerto fluvial y marítimo y tiene la zona franca más grande del país, Bogotá es considerada una de las ocho mejores plazas comerciales del mundo: aunque discutible, para mí, punto para Bogotá.

En Barranquilla la proporción de mujeres bellas es de una por cada diez, en Bogotá es de una por cada cuatrocientas; nunca he podido comprender este extraño fenómeno cuya explicación parece estar orientada hacia algún tipo de mutación genética: sin atenuantes, punto para Barranquilla.

Barranquilla tiene de estadio de fútbol al Metropolitano Roberto Meléndez, Bogotá tiene al Nemesio Camacho El Campín: hummm… No seré mezquino, El Campín tiene su no sé qué… Empate técnico.

Barranquilla tiene el Carnaval, ‘Patrimonio Histórico, Oral e Intangible de la Humanidad’, Bogotá la Feria del Libro: me tendrán que disculpar los amantes de las letras y los enemigos de lo profano, pero punto para Barranquilla.

En cuanto a centros comerciales Barranquilla tiene el Buenavista, el Villacountry y el Portal del Prado; Bogotá el Unicentro, el Andino y el Atlantis, entre otros: punto para Bogotá.

En Bogotá no hay donde parquear y la hora de parqueo cuesta entre $4000 y $6000, en Barranquilla todo el mundo parquea gratis donde sea [=D]: punto para Barranquilla.

♦Bogotá tiene el sistema de transporte masivo Transmilenio, Barranquilla tiene… ¿TransMetro?: punto para Bogotá.

Barranquilla tiene al Júnior, Bogotá a Santa fe, Millonarios y La Equidad… Hummm… Me hace dudar La Equidad: mejor aquí sacrifico el punto por mi auto entendida incapacidad de garantizar imparcialidad frente a mis pasiones más profundas.

Barranquilla dio a luz a Macnelly Torres, Bogotá a Fabián Vargas: punto para Barranquilla.

Barranquilla dio a luz a Shakira, Bogotá a… (ni sé): fuera quien fuera, punto para Barranquilla.

Bogotá tiene un sistema de canalización de aguas, Barranquilla arroyos de caudales inhóspitos que arrastran cualquier cosa: punto para Bogotá.

¿Barranquilla ó Bogotá? Juzguen ustedes.

JPDR (Bogotá, 2009)
♦En 2009 el Transmetro estaba apenas arrancando, sin embargo el Transmilenio aún hoy (nov 2012) le saca en cobertura proporcional una ventaja considerable.
@juanpdiazr

Thursday, November 8, 2012

UN DÍA EN BUFFALO

Llego procedente de Syracuse en la mañana temprano. Arrastro mi equipaje unas cuantas cuadras hasta el consulado canadiense, según me indica un empleado de la terminal de transportes. Me encuentro en la fila con orientales y latinos. Cuando llega mi turno me dice una mujer rubia, con el entrecejo fruncido, que me hace falta el I-94, retiro mis papeles y averiguo dónde encontrar una oficina de inmigración de los Estados Unidos. Encuentro que hay una a 12 cuadras del lugar. Mi equipaje lo dejo al cuidado de un africano que acabo de conocer.

Corro desafiando un poco la estabilidad de mi pierna derecha, que ya parece estar apta para la tarea. Llego a la oficina. Me detienen porque traigo una navaja suiza. Me regreso y la dejo al cuidado de un albañil que acabo de conocer en una construcción vecina. Entro y logro hablar con uno de los agentes. Le explico mi situación y le convenzo de que me estampe un sello oficial y de que me entregue una notificación de mi legalidad como inmigrante. Regreso a gran velocidad al consulado. Presento los papeles. La mujer del ceño fruncido no parece satisfecha, me pregunta dónde está el original ─En New York─ Le respondo.

Noto que a muchos les niegan las visas, tal cual como ocurrió hace nueve años en Seattle, cuando fui el único del grupo que la obtuvo, y entonces pude llegar hasta Vancouver. Decido retirar mis papeles y declinar a mi petición de visa. Entiendo entonces que mi única opción es convencerlos de que existe algo que me impide quedarme en su país vencido el permiso, entonces empiezo a fabricar una historia. Mi padre, desde Colombia convertido de forma insospechada en mi gran aliado, me ayuda en la misión enviándome logotipos para fabricar una carta de salvación.

Aún no aparece mi I-94, y la cosa se me complica, ya tendré que esperar hasta mañana, pero así sea atravesando el Niágara en bicicleta llegaré a Canadá. No conozco a nadie en esta ciudad, no traigo dinero para hospedarme ni en el más derruido de los hostales. Empiezo a hacer llamadas, los minutos en mi celular son mi único activo.

Me entero de que varias personas conocidas se han venido a estudiar a la Universidad de Buffalo a través de un reciente convenio. Se aclara un poco el panorama. Consigo un número de teléfono. Mi interlocutor sabe quién soy. Resumo en 60 segundos mi historia.

Me acerco en el 'Buffalo Rail' a la estación 'Séneca', nombre del autor de aquella frase que reza que “la modestia es la madre de la hipocresía”. Llego a la estación “University”. Camino unas cuantas cuadras hasta un edificio de universitarios. Espero un rato. Aparece mi nuevo amigo.

Esta vez me vuelvo a salvar.

JPDR (Buffalo, julio de 2008)

UN DÍA EN MONTREAL

Hace unos días estando aquí cumplí años, aunque creo que no valió la pena haber gastado aquí ese día. El lavaplatos está completamente tapado, resulta un sainete el ir y venir sacándole el agua. Salgo por la vía que me señala la ciclo-ruta.

Llego a la estación del bus que me llevará hasta el tren, o Metro, como aquí se llama, igual al de Washington, o al de París. El conductor prefiere dejarme pasar que intentar responderme en inglés. Otro viaje gratis. Al llegar me conecto con la línea naranja y me bajo en Square-Victoria.

Llego a la escuela de chef’s de la que me hablaron los venezolanos. Llego un poco tarde y han cerrado el buffet, pero al menos ya sé dónde queda. Camino hacia la Plaza de Armas. Empiezo a recorrer una especie de mercado chino, esto parece un “San Andresito”, he saltado de un mundo a otro.

Oriento a unos anglófonos que por aquí se perdieron, ¡increíble! Ya me ubico bien en este lugar, que se me parece a Barranquilla, con tren subterráneo y con arquitectura europea. Bueno, eso imagino, nunca he ido a Europa.

He visto tanto “loco” que he terminado por convencerme que el loco soy yo, porque no tengo tatuajes, ni uso esa ropa esperpéntica, ni tengo perforaciones en las cejas o nariz, ni camino de la mano con alguien de mi mismo sexo. Bueno, así son las cosas aquí, el extraño soy yo.

Cae la noche, y va a empezar una dura jornada desde las 11 de la noche hasta las 7 de la mañana. Nos vamos a la estación Viau de la línea verde, alguien allí nos recogerá.

JPDR (Montreal, ago 2008)

Thursday, October 25, 2012

EL ETRUSCO LÍBERO

Pocas cosas pueden resultar más curiosas que ver a un niño de 4 años en un lugar de clima tórrido y ambiente húmedo ir por la calle con saco, corbata y gafas sin cristales. Pues ése fue mi caso. Tenía una colección de sacos, camisas, corbatas y hasta corbatines. Fui el primero de tres hermanos, y por cuatro años único hijo. Tenía que arreglármelas para divertirme solo en mi habitación, en mi espacio, en mi mundo donde sólo yo habitaba. Desde muy niño aprendí a hacer el nudo de la corbata, y más difícil aún, a modificar manualmente ─con hilo y aguja─ mis disfraces y máscaras, que me ponía cualquier día; no tenía que ser Halloween.

Usaba disfraces de Supermán y de El Hombre Araña. Cualquier día era propicio para salir a la calle disfrazado. O con traje de gala. Mi máscara de El Hombre Araña tenía la cara y el cuello completamente cubiertos porque yo la re confeccioné utilizando recortes de telas de varios disfraces. También tenía espejuelos plateados que extraía de gafas de sol de vendedor playero y que de alguna forma le incorporaba. No existía ningún niño con una máscara como la mía.

Desde el principio de mi vida aprendí a estar solo. Aprendí a disfrutar de mi propia compañía. Aprendí a burlarme de mí mismo, a reírme de mis propios chistes y hasta a necesitar de mi inseparable soledad. Ha de ser muy distinto ser el segundo, o el tercero en la línea descendiente; supongo. Recuerdo que a mi primer hermano le ayudaba en cosas como amarrarle los cordones, sujetarle el pantalón o hacerle el lazo de su capa de Robin. Éramos Supermán y Robin. Batman no tenía súper poderes, por eso prefería al de Kryptón.

Pasaron algunos años. Un día recibí de regalo un balón de fútbol Etrusco Líbero, que era una versión amateur del balón Etrusco Único, utilizado en el Mundial de Italia-90; fue un día mágico aquél. Casi sin darme cuenta, sólo un poco después, recibí un diploma que me acreditaba un título universitario que nunca utilicé. En aquel momento tomé mis pocas cosas y me fui del refugio que me habían dado mis padres. Y me encontré otra vez solo, como al principio, en una casa con porche y jardín; en estrato 1.

Aún no sé cuál sea el verdadero sentido de la vida, pero sé que al final de los días lo único que a cualquier persona le queda es su historia. Con todo lo demás se quedará alguien más. Tener una historia que contar, al final de todo, será más valioso que cualquier cosa. Las decisiones importantes que tomé hasta hoy fueron arriesgadas. Me pude equivocar en muchas. Pero tengo una historia, que aún escribo, y que contaré cuando llegue el momento justo.

Es sublime el momento de darse cuenta de que después de todo no somos la gran cosa, porque nos humaniza, y entendemos que aquello que esperamos no tiene por qué llegar necesariamente como lo esperábamos, ni tan fácil, ni tan rápido.

Estoy convencido de que la ecuación que expresa lo que deja en su vida una persona con su historia no es otra que la diferencia entre la risa que dejó en el mundo y la amargura que llevó consigo. Una variable lo involucra todo, la otra sólo al ser, pero son codependientes.

Juan Pablo Díaz
Bogotá, Oct. 2012
@juanpdiazr

Sunday, October 7, 2012

TARJETA ROJA PARA LOS ÁRBITROS

En la fecha 11 de la Liga Postobón-2, en partido jugado en Bogotá entre Millonarios y Junior, el jugador del equipo barranquillero y la Selección Colombia, Teófilo Gutiérrez, recibió una segunda amonestación y vio la tarjeta roja por supuesta agresión sin pelota al jugador de Millonarios Pedro Franco. La agresión de la que acusaron a ‘Teo’ fue “codazo”. Lo curioso es que para ejecutar un codazo la biomecánica del cuerpo humano exige inclinar el tronco hacia adelante y doblar el antebrazo hacia adentro para que el esfuerzo se logre a través del deltoides posterior, músculo encargado, entre otros esfuerzos físicos, de lanzar el codo hacia atrás. En el video es clarísimo que Teo ni se inclina, ni dobla el antebrazo, y por supuesto no da un codazo a Pedro Franco, que de paso valga decirlo, lo venía provocando ante la mirada complaciente del árbitro, según relató terminado el partido el capitán juniorista Giovanni Hernández.

La segunda hipótesis es que al abrir los brazos lo agrede con el antebrazo (nunca fue ésa la acusación). Sin embargo, el movimiento que puede lograrse de esa forma es limitado y muy difícilmente puede ser rápido o contundente como para lograr agredir a un contrario y más aún sin darle tiempo de reacción para evitarlo, eso sin decir que es casi imposible abrir los brazos por encima de la línea del hombro, y Pedro Franco es un jugador muy espigado como para que su rostro pueda estar bajo la línea del hombro de Teófilo. En conclusión, no hubo agresión, no debió existir la segunda amarilla y Teófilo nunca debió resultar expulsado. La única forma de golpear contundentemente a alguien con el antebrazo es haciendo un giro sobre el propio eje de la cintura, levantando el lado con el que se va a agredir y bajando el lado contrario. Es simple biomecánica del cuerpo.

La situación es aún más grave si tenemos en cuenta que quien lo expulsó no fue ninguno de los 3 árbitros del encuentro, sino el cuarto árbitro, que desde la lejanía desde la que se encontraba advirtió lo que nadie más, la supuesta agresión sin pelota de Teófilo a Franco. Resulta que los cuartos árbitros en el torneo colombiano son locales, y es completamente impresentable que siéndolo puedan incidir en decisiones tan trascendentales como expulsar a un jugador del cuadro visitante en el primer tiempo (¿será que el cuarto juez de la Escuela de Árbitros del Atlántico podrá mandar al referee a expulsar un jugador de Millonarios cuando el juego sea en el Metropolitano por algo que nadie más vio sino él?). Expulsión injusta, inventada, mal intencionada, y que debería ser un caso disciplinario en la Dimayor tanto para el cuarto juez como para el central que aceptó su recomendación.

En la fecha 13, en Ibagué frente al Deportes Tolima, apenas tenía Teófilo Gutiérrez 30 minutos de estar en la cancha tras el cumplimiento de una fecha de suspensión, cuando el juez central, esta vez sin apoyo de sus compañeros, decide mostrar tarjeta roja directa a Teófilo, nuevamente por presunto codazo. Esta vez ‘Teo’ sí salta armado, pero nunca da un codazo al adversario. Podría interpretarse que llevaba mala intención, pero si así hubiera sido lo máximo que podía hacer el juez era amonestarlo, ya que jamás agredió al jugador adversario, y en el fútbol las intenciones son subjetivas, de apreciación, y no pueden castigarse con una expulsión.

Para colmo de males luego le inventa una expulsión a Cortés, que no comete la menor infracción. También sin el respaldo del línea de occidente, que estaba más cerca de la jugada que el propio central.

Para mí hay una clara intención de perjudicar con arbitrajes amañados al equipo de Barranquilla, situación que tiene antecedentes importantes en la historia de nuestro fútbol, y parece ser que han escogido como su víctima favorita al jugador más talentoso de nuestro fútbol, Teófilo Gutiérrez, que con la camiseta de la Selección Colombia ostenta el mayor promedio anotador de la generación actual de jugadores, 0.46 goles por partido. (El máximo promedio goleador de la historia de la Selección pertenece a Iván René Valenciano, con 0.45 goles por partido).

El raro fenómeno colombiano de no sólo no respaldar a los talentosos que más le aportan a nuestro fútbol, sino por el contrario hacer lo necesario por perjudicarlos. Si hubiese habido alguna clase de sanción para el árbitro que injustamente expulsó a Teófilo en Bogotá, el que pitó en Ibagué no habría mostrado esa tarjeta roja de forma tan ligera. Lo más triste es que le quitan ritmo a un jugador que hace un aporte inmenso en la Selección Colombia de José Néstor Pékerman, a contados días de un duelo decisivo frente a Paraguay en Barranquilla.

Pese a todas las arbitrariedades arbitrales, y al descaro del central, que luego de un manotazo en la cara por parte de un jugador de Tolima a uno de Junior sólo mostró la tarjeta amarilla, el equipo ‘currambero’ empató un juego en el que caía por dos goles y tenía dos hombres menos. No sé a quién le dolió más ese agónico empate, si al árbitro central del encuentro o a los comentaristas de DirectTV, a quienes les faltaba poco por ponerse a cantar al ritmo de los coros de los barristas tolimenses.

Tendrá la Directiva de Junior que hacer un reclamo enérgico ante la Dimayor, o tendrá Cheché que mandar a Teo a la cancha atado de brazos.

JPDR
Barranquilla, Octubre 2012
Twitter: @juanpdiazr

Wednesday, October 3, 2012

SI TODOS FUERAN COMO YO

Un día imaginé cómo sería el mundo si todos los humanos fuesen como yo. Imaginé lo que ocurriría si mi carácter, mi temperamento, mis gustos y mis manías se multiplicaran por millones. Por ejemplo, no habría fumadores. Nadie arrojaría basuras a la calle. Nadie presionaría los cláxones cuando el semáforo estuviera a punto de cambiar a verde. No habría chicles pegados debajo de las mesas. La Coca-Cola no existiría, ni las fábricas de chocolates, ni la industria de los lácteos. Todos serían torpes para las matemáticas, tendrían mala memoria y sólo comprenderían el método polaco en las calculadoras. Sólo existirían zapatos de color negro (si se tratara de guayos valdría cualquier color). Todo el mundo llevaría el mismo perfume durante toda su vida.

No parece tan malo un mundo en el que me multiplicaran hasta poblarlo por completo. Todos serían adictos al café y amigos del insomnio. No habría religiones. En las guerras siempre existiría el diálogo. Quizá no habría diálogo si a la vez no hay guerra, ni sentido, ni propósito.

Si al menos en mi país Colombia me multiplicara por 46 por 10 a la 6, Uribe nunca habría sido presidente. Protagonistas de Novela habría salido del aire al tercer capítulo. Los seis equipos del reality de la isla serían Guajiros, Bananeros, Curramberos, Heroicos, Sabaneros y Montañeros. Nadie tendría un celular Comcel. Habría una fábrica de Raspaos más grande que Ecopetrol. El raspao de cola con leche condensada sería más importante que la arepa. Los supermercados quebrarían. Estaría prohibido el reggaetón y el vallenato (principalmente ese vallenato en portugués que dice “moza, yo sí te pego”, que creo que lo compuso ‘Bolillo’ Gómez). Todos presionarían en el ascensor la ‘flecha arriba’ para subir y la ‘flecha abajo’ para bajar. Nadie aplicaría el freno de emergencia al estacionar ni tendría la sensación de que el vehículo se desplazará y será embestido por otro.

Nadie cambiaría el pin de BlackBerry por el WhatsApp en algún otro teléfono inteligente. El mundo ahorraría millones de baterías recargables dañadas por exceso de tiempo de carga. La gente sería un poco más paciente y menos susceptible. Nadie recordaría a qué producto o marca hacía referencia un comercial original o chistoso. Todos podrían vestirse igual todos los días y nadie lo notaría. Nadie se tatuaría, se haría piercings o pintaría el pelo de amarillo. Nadie se pondría un pantalón por debajo del trasero. No existirían los anillos ni las pulseras.

Quizá el mundo sería monocromático y aburrido. No tendría nada que enseñar ni nada que aprender. No tendría cómo enfrentar lo que soy ni comprenderme. Y aunque disfruto la soledad y me divierto conmigo mismo creo que disfrutaría poco la compañía de alguien como yo. Conmigo tengo, y tendré mientras me tenga.

¿Cómo sería el mundo si te multiplicaran por millones?

Juan Pablo Díaz R.
Barranquilla, 2012
Twitter: @juanpdiazr

Tuesday, August 21, 2012

EL TEMIBLE BOMBARDERO

Hoy con nostalgia recuerdo aquellas tardes de domingo entre los años 90 y 91 en las que dentro del camerino local departía con Ariel, su hermano, quien aseguraba ser mejor jugador que él.

Han pasado algunos años desde entonces, ha ganado peso, se cortó el pelo, ahora usa las medias mucho más abajo, ya nadie recuerda que alguna vez fue rápido, pero todos aún le temen a sus remates endiablados, aún tan potentes y tan precisos como en la primera mitad de esta década.

Esta vez tuve que ver a la “nueve” saltar a la cancha con una camiseta distinta a la roji-blanca, y peor aún, enfrentando a la roji-blanca. El escenario fue el Atanasio Girardot de Medellín. El duelo DIM Vs Júnior.

Júnior se fue en ventaja con rebote que cazó Gian Carlos Torres en el borde del área y que colocó con un remate seco de derecha al ángulo superior izquierdo del guardameta del DIM. Así terminó el primer tiempo.

En el segundo hubo mano dentro del área de Manuel Galarcio, que el juez decretó como penal a favor del DIM. Iván René al cobro. Un remate fulminante a media altura sobre el palo derecho de José María Pazo dejaría al cuida vallas vallenato sin opción alguna de detenerlo. Se emparejó el partido.

Luego “el Bombardero” recibe sobre el costado derecho un centro en globo de Víctor Danilo y define como crack ante la salida de Pazo con una “vaselina” que infló nuevamente la valla del equipo tiburón.

Después, una jugada entre Giovanni Hernández y Víctor Danilo dejó el balón servido cerca al punto penal. Un parpadeo entre los centrales le dio suficiente tiempo a Iván René para de derecha colocar la pelota al palo izquierdo de 'Che María' y dejar las cuentas 3 por 1.

¿Cómo hacer para no celebrar una tripleta de Iván René? ¿Cómo hacer para celebrarla cuando el damnificado resultó ser el Junior? Equipo cuya camiseta defendió tantas veces, el equipo de mi tierra, el equipo de su tierra.

Iván René, “Ivancho”, “el Fantasma”, “el Cachetón”, “El Terrible”, “El Temible”, “El Bombardero”, “El Gordito de Oro”, ¡qué grande eres!, qué falta nos haces, qué daño nos haces.

Mi sueño es celebrar un gol más, sólo uno, con eso me conformo, en el Metro, con la 'nueve' rayada de rojo y blanco.

JPDR (escrito en Barranquilla, 1999)
P.S. Y el sueño se me cumpliría siete años más tarde…
Twitter: @juanpdiazr

Saturday, August 18, 2012

AQUÉL ES EL TIPO

Cuando estudiaba en la escuela de Hopkins (Minnesota) conocí una chica californiana de singular belleza y talento. Su nombre era Kary Anderson. Ella era de mediana estatura, de cabello castaño claro mitad liso mitad ondulado y ojos miel. Era absolutamente despampanante, su hermosura era sublime, tenía ese aspecto de niña buena que no provocaba precisamente buenos pensamientos. Su rendimiento en la escuela era excelente y era reconocida por su extraordinaria voz y capacidad de motarse en tarima, para cantar ó para actuar en obras teatrales. Jamás pasaba desapercibida, todos sabían que existía. Esta chica por supuesto solitaria no estaba, tenía un novio que se llamaba Josh Black.

A partir de este momento pueden olvidarse de todo lo que escribí sobre Kary Anderson, hablemos de Josh Black. Josh era un tipo impresionantemente talentoso, no sólo era de los alumnos más destacados de la escuela por su rendimiento académico, sino que era el capitán de la selección de baloncesto, cinturón negro V dan en Taekwondo, actor de teatro y músico. Por si fuera poco era alto, rubio y de ojos azules, sin mencionar que llegaba a la escuela en un auto deportivo de última generación. Era como el tipo perfecto, todas las chicas de la escuela se morían por él. Para colmo de males era modesto, se las llevaba bien con todo el mundo, era imposible odiarlo. Un ser casi sobrenatural, tocaba todos los instrumentos musicales, menos la trompeta, como él siempre dejaba en claro.

En el baile del Prom la tradición es invitar de una forma especial a la chica con quien quieres ir. Lo más común es abrirle el carro e introducirle un regalo en la guantera, abrirle el lócker ó dejarle algo bajo la almohada con la complicidad de algún familiar. Pero por supuesto, Josh siempre iba más lejos. El año anterior había invitado a quien entonces era su novia a un restaurante chino, y cuando ésta abrió la galleta de la fortuna el mensaje decía “¿quieres ir conmigo al Prom?”. Ése era Josh. ¿Qué haría este año? Esta vez su novia era Kary, sin duda la chica más atractiva de la escuela.

Un día cualquiera cuando cambiábamos de la primera a la segunda clase la banda de la escuela dirigida por el maestro Czech empezó a tocar desde el segundo piso, todos los estudiantes se agolpaban en el balcón desde el que se veía la plataforma inferior. A empujones logré llegar allí. Estaba en el centro de todos Kary, en un cálculo matemático inexplicable y, alrededor de ella estaban Josh y cuatro de sus amigos disfrazados con capa, sombrero y antifaz. Los amigos de Josh abrieron el círculo para que él, que era experto en artes marciales y un atleta de alta competencia hiciera malabares para el entretenimiento del público que atónito lo observaba. Luego, en una extraña pirueta cayo de rodillas frente a Kary con una rosa en la boca, rosa que nadie vio de dónde sacó. Entonces, enfrente de dos mil alumnos le dijo: “Kary, ¿quieres ir conmigo al Prom?”.

Ése era Josh, un personaje único, que no dejaba de sorprender, y su novia era Kary Anderson.

JPDR

(Ensayo original escrito en inglés en Minnetonka en 1999 bajo el título de “She’s the girl, he’s the man”. Adaptación en español para la conferencia “El duelo en la crisis”, escrita en Barranquilla en 2005).
Twitter: @juanpdiazr

BECAUSE OF YOU

Because of you I had the chance to have a sister, which otherwise would have never happened. Because of you I realized how great Mexicans, Israelis, Argentineans and Spanish, among others were, being able to open my mind to all different cultures around the globe. Because of you I developed “surviving techniques”, that I’ve been now able to use for years. Because of you I can fluently speak two languages, having the chance to multiply the chances of getting to know people from all over the world, or just sharing experiences in random places with random people. Because of you I learned how to cross borders, acquiring creativeness that I have used many times in my life.

Because of you I’m no longer afraid of anything, but loosing the ones I love, and therefore I have been able to bear tough situations. Because of you I learned how to cook and I have spent the last ten years of my life eaten over the sink. Because of you I learned how to work out, being able to overcome two hard illnesses I once had. Because of you I learned how to give speeches, which has been very useful, I’ve done many. Because of you I learned how two work with clay, which I’ve never ever done again but loved it back since. Because of you I learned how a guitar can be played, I was just too stupid and lazy to become proficient.

Because of you I met outstanding people, many of who I still keep in touch with. Because of you I fell in love, and my life changed forever. Because of you I was able to write several hundreds of pages, realizing writing is something I should keep doing till the end of my days. Because of you I always keep my seat belt on, which might save me sometime. Because of you I feel I have a second home in this planet.

Thanks America, for all what you mean to me.

JPDR (Chicago, 2008)
Twitter: @juanpdiazr

HE AND ME

He’s short hair, me sort of long, they say we are similar to each other, though the more I dig finding the supposed likeness the farther I feel we are from it. He drives a sports car, I ride the bus number 49 and jump from the orange to the blue line of the train. He’s got several checking accounts, I’ve got a piggy bank full of pennies. He lives in a nice furnished place, I have no place, and wonder how long I’ll remain in the same room for. He reads the main papers, I only write down my most displaced ideas. He knows math, me philosophy. He is more Rock and Roll, I’m more Soul. He understands how a power steam cycle operates, I understand how the public transportation cycles in Chicago operate. He wears shirt and pants, me jersey and jeans. He gets up early in the morning, the sun rise announces me a day with no deadline has begun. He drinks whiskey, me creatine and dextrose. He is in the third world, I’m in the first world, he is someone there, I’m no one here. He speeds up on regular two lane roads, I see the high ways from below and travel through the side walks of Western, Ashland and Milwaukee.

Finding so many differences I don’t understand why they say we are similar to each other, though I guess there’s got to be a reason, if they keep saying that. I hope we can get together sometime, he’s my buddy, my peep, my fellow, even though I blame him for everything, I know we’ll talk, not any time soon, but we’ll talk.

JPDR (Chicago, 2008)
Twitter: @juanpdiazr

ÉL Y YO

Él tiene el pelo corto, yo un poco largo, dicen que nos parecemos, pero cada vez noto mayor distancia en el supuesto parecido. Él conduce un auto deportivo, yo salto del bus 49 a la línea naranja, y de ahí a la azul del tren. Él tiene varias cuentas bancarias, yo tengo una alcancía sólo de ‘pennies’. Él vive en un apartamento estrato 6, yo no sé si el próximo mes seguiré en la misma habitación en la que dormí anoche. Él lee los principales diarios, yo sólo escribo mis más idas ideas. Él sabe matemáticas, yo filosofía. Él escucha a Fito Páez, yo a Ricardo Arjona. Él comprende ciclos de potencia de vapor, yo los ciclos del transporte público en Chicago. Él viste de camisa y pantalón, yo de camiseta y jeans. Él madruga, a mí Dios me ayuda. Él toma whiskey, yo creatina con dextrosa. El vive en el tercer mundo, yo en el primero, sin embargo él es alguien allá, y yo nadie aquí. El conduce por la Vía 40, la 46 y la 84, yo camino por la Western, la Ashland y la Milwaukee.

Encontrando tantas diferencias no entiendo en qué nos parecemos, sin embargo creo que en algo debe ser, si lo dice tanta gente. Espero volverlo a ver algún día, es un buen tipo, aunque lo culpe un poco de todo, sé que volveremos hablar, no por ahora, pero volveremos a hablar.

JPDR (Chicago, 2008)

* Ensayo Original: "HE AND ME"
Twitter: @juanpdiazr

Wednesday, August 8, 2012

HOMENAJE A LA SABANA

Caminaba por una calle cualquiera en una tarde oscura, de ésas que son comunes en la capital. Nubes negras opacaban el día obstruyendo la luz y el calor del sol. Entonces entré a un pequeño restaurante y me atendió una mujer con un acento fuerte y ‘golpeadito’. Estuve seguro de que era una mujer sabanera. Me ofreció varias alternativas, pero esta vez no dudé en pedirle carne de res (jamás pido carne de res en Bogotá).

Sin riesgo a equivocarme puedo afirmar que la mejor comida de Colombia se prepara en la bella sabana de Sucre y Córdoba. Me llegó una sopa muy distinta a la de pasta, arroz, o el tal ‘cuchuco’; un plato de frutas, una yuca que antes no probé en esta tibia ciudad, y la mejor carne que me hayan servido en la capital. – Esta vaca no era de por aquí – me dije.

Además me trajo un postrecito sabanero de esos que son una especie de quesillo bañado en miel. Por un momento me trasladé hasta el río Sinú, charlé con un vendedor de caimitos enormes y destapé un bollo envuelto en hoja de bijao. Pasado el “déjà vu” volví a la mesa de mantel azul dónde ahora reposaban cuatro platos vacíos, una cuchara, un tenedor grande, un tenedor pequeño, una cucharita y un vaso.

Y es que grato es el recuerdo que tengo de los viajes en los que atravesé aquellas tierras, de donde son originarios el sombrero ‘vueltiao’ -hoy símbolo nacional- las hamacas, los Festivales de la Ganadería, del Burro, y del porro, y claro, el mote de queso con ñame.

En el año 2002, una noche de diciembre en Montería, en un lugar que se llamaba ‘Kápital’ vi a una mujer de facciones perfectas, que llevaba puesta una blusa blanca con un dibujo rojo tallado en piedrecillas brillantes. Su rostro permanecería indeleble en mi memoria. A la mañana siguiente partí rumbo al sur. Luego de ese viaje supe que aquella región haría parte de mi historia.

Juan Pablo Díaz
(Escrito en Bogotá, 2009)
Twitter: @juanpdiazr

Sunday, August 5, 2012

I’VE GOT

A bunch of letters I received between 1994 and 1998. My story, written in 1996. A two hundred pages book in hard blue covers I wrote in 1997. A few collars I bought in Clair’s, with pendants that would change their color, which I never put on. A pair of brown high heel shoes, which I keep in honor to nostalgia. 32 bottles of the same perfume. A few pennies that bring me good luck. A blue nail clipper with a little sun flower. A few notebooks that I filled out between 1986 and 1989. A poster I received the day of my birthday in year 2000, with a note written in Timoteo’s style, which I can hardly open. A picture I stole in High School from the billboard. A piece of a news paper of 1990 with me on it raising a trophy. An honor distinction I achieved in 1986, when I was still a tolerable demon. Three diplomas. An incurable lesion. Five scars on my face. Three calluses from fractures. A head-gear I used in 1993 in order to accelerate my orthodoxy treatment. A parchment which assures I’m a professional climber of trees of mangos, plums and some other tropical fruits. A few scraps with images of Mike Tyson knocking down his opponents. A big purple comb. Some event id’s from the ones I went to. Cassettes in a format I can’t reproduce. A bunch of wallets and perfumes in their original boxes, as they gave them to me. Scraps of canvas with the word “Mayara” on them, which were printed in 2001. An agenda with the ‘arjes’ of Thales of Miletus and Anaximenes, the theories of knowledge of Socrates and Plato, the list of the representatives of the Scholastic, and the debate between the rationalists and the empirics. A ten peso bill with the image of Antonio Nariño. A writing that says because I was born under the sign of Leo I’m a courageous man with an audacious thinking. A letter I received in April of 2003. A worn out trophy, the same one I was raising in the news paper picture. Seven identical jerseys, striped red and white, with the emblem of a famous Colombian beer.

I’m down, a little upset, somewhat nostalgic, very confused. Behind I leave a few things I never meant lo leave, I ignore if beyond I’ll find what I’m hoping for.

Juan P Díaz
(Barranquilla, 2007)
Twitter: @juanpdiazr

Friday, August 3, 2012

EL PROTAGONISTA DE NOVELA

Estudié en un colegio de sólo varones, donde la costumbre era que los profesores se dirigieran a los estudiantes por el apellido, e igual ocurría entre compañeros. A mi casa llamaban con frecuencia: por favor con Díaz – aquí todos somos Díaz – el que está en décimo grado, el que va al estadio todos los domingos, el que parece que llevara siempre un casco de motociclista – ¿Juan Pablo? – Sí, ése.

Algunos profesores me llamaban por mi segundo apellido, Rondón, que era menos común y más sonoro. En mi época de colegio tuve los mejores amigos de mi corta historia. Uno de ellos sería, algunos años después, uno de los seleccionados por Barranquilla para el reality-show boom del momento: Protagonistas de Novela.

Seis años antes de Protagonistas De Novela:

Juan, Una señora me ofreció participar en un casting para un comercial– ¿Y quién era esa señora? – Dizque de una agencia de modelos – Bueno, ve – No tengo ganas de ir – ¿Por qué? – No sé, nunca he ido a un casting, no sé cómo sea eso – Vamos, yo te acompaño.

Fuimos y ambos participamos del dichoso casting. Él quedó para el comercial, yo no. De la misma forma lo acompañé al menos a 3 castings más. Todas las veces él quedó, todas las veces a mí me dieron las gracias por haber participado. – ¡Hey, Lo hiciste genial! – Me decía siempre, pero el que quedaba era él. Recuerdo incluso haberlo acompañado alguna vez a una grabación en Santa Marta.

Pasaron los años. Partidos de fútbol en canchas de parque, literatura de Anthony De Melo, canciones de los Enanitos Verdes, Carnavales, un viaje a Coveñas, un viaje a Santa Marta, un par de viajes a Cartagena, más partidos de fútbol, amigos, comparsas, pruebas de fuerza en las barras del parque de la Electrificadora, abdominales, juego de tiros libres sin barrera en la cancha de la Universidad... Cada vez que tuvo un nuevo casting, evento o sesión de fotos, buscó ropa en mi clóset, y cada prenda que extrajo jamás regresó, entre ellas mi camiseta de Maradona, que la vi por última vez el día que por alguna extraña razón se la llevó.

Nunca me avisó antes de internarse en una casa en Buenos Aires donde grabarían el programa. Por supuesto nunca dejé de ver a mi amigo, a mi gran amigo. Voté un montón de veces en el internet cuando estuvo acusado en el banquillo. Recuerdo que su peor jugada fue en alguna fase del concurso haber votado en contra de una barranquillera. En Barranquilla muchos televidentes no se lo perdonaron. Me vi todos los capítulos hasta el día que lo sacaron. Nunca más volví a sintonizar el programa luego de su salida.

El día que salió, sus familiares y amigos más cercanos lo esperaban en Barranquilla con una camiseta negra con su nombre en el pecho en letras blancas. Excepto yo, que tenía una camiseta roja. La broma me costó el odio desmesurado y perpetuo de una de sus tías.

Hoy, que pasaron nueve años más, entiendo que los amigos que se hacen a temprana edad duran para siempre, así se vayan, así sólo aparezcan de vez en cuando, el afecto y la confianza se sostienen en el tiempo. Había un cuento de Anthony De Melo que a ambos nos gustaba, y el cual incluí en alguno de mis escritos remotos:

Sr., mi amigo salió hace más de una hora para el campo de batalla y aún no regresa, solicito permiso para ir a buscarlo – Permiso denegado –replicó el oficial– No permitiré que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto. El soldado haciendo caso omiso de la prohibición salió a buscarlo y regresó mortalmente herido transportando el cadáver de su amigo. – ¡Ya le dije yo que había muerto! Ahora no he perdido a uno, sino a dos de mis hombres; dígame, ¿merecía la pena ir allá para traer un cadáver? – Claro que sí, Sr., cuando llegué todavía estaba vivo y pudo decirme “Jack, estaba seguro de que vendrías”.

Juan Pablo Díaz R.
(Bogotá, 2012)
Twitter: @JuanPDiazR

Tuesday, July 31, 2012

MEDIA MARATÓN DE BOGOTÁ 2012

En 1986, empezó mi historia un día en el que Diego Maradona empalmó con el borde interno de su botín zurdo, sobre el límite de las 6 yardas, un balón que terminó al fondo de la red del pórtico italiano. Desde entonces amo el fútbol, y no me cabe duda de que lo amaré por siempre. No soy hábil para correr, como lo era el Diego, de hecho soy lento, muy lento. Sin embargo, he corrido por cuatro años consecutivos la versión recreativa de la Media Maratón de Bogotá: los 10km.

La razón por la que corro en Bogotá cada año es porque considero que el evento de la Media Maratón -dicen aquí que la competencia más importante de Latinoamérica- es lo más parecido a la Batalla de Flores barranquillera. Es un evento que moviliza miles de personas entre corredores, patrocinadores y espectadores, y en el que se ve una euforia generalizada que no he visto superada en algún otro momento del año en esta tibia capital.

En esta competencia 2012, llegué a la esquina de la Avenida 68 con Calle 53; no sabía en ese momento lo lejos que estaba del punto de partida. Llegué más tarde que nunca, pasadas las 11:00am, cuando ya la categoría de los viejitos, en la que siempre corro, había partido. Me confundí por las instrucciones de un papel publicitario, ya que es común que año tras año se modifiquen los puntos de encuentro y recorridos. Corrí a fondo hasta que 2km adelante, por fin llegué al punto de partida. Completamente exhausto sin haber aún empezado el recorrido inicié con un hombre de cerca de 60 años y una mujer de cerca de 45. Les seguí el paso a los dos hasta completar el primer kilómetro, que increíblemente no hacía parte de los 10.

Ahora por fin empieza la carrera, el hombre de 60 años galopa ante mi mirada ya borrosa y su figura se desvanece en el horizonte. Aún le sigo el paso a la mujer de cerca de 45 años. Es difícil no abstraerse cuando ya los ánimos flaquean, las rodillas pesan y el recorrido apenas empieza.

Faltan 7km: pese a que lucía como un barril, por lo romo, y a que mi cabello parecía un casco, con ese aspecto caricaturesco ingresé a la escuela de taekwondo. Me destaqué. Desarrollé la capacidad de levantar cualquiera de mis piernas por encima del nivel de mi cabeza. Aprendí a vencer el miedo cuando tuviera que enfrentarlo. Llegué hasta cinturón verde. Lamento mucho no haber continuado.

Me le adelanto a la mujer con la que partí de la meta. No la veo. No recuerdo que me haya superado. Hay un hombre en muletas procurando vencer el recorrido.

Faltan 6km: la conocí exactamente el 26 de junio de 1993. Estaba vestida de blanco y naranja. Yo tenía unos jeans y una camiseta roja, blanca y negra. Ella tenía el cabello negro y los ojos muy oscuros. Desde entonces me seducen los ojos oscuros. Después de aquel día nunca me atreví a buscarla. Todavía soy un poco así.

Alcanzo a unas viejitas que llevan una camiseta de Carrefour color azul. Con esfuerzo logro superarlas y seguir corriendo con una diferencia cercana a los 7 minutos entre kilómetro y kilómetro, según señala mi cronómetro. Seguramente más del doble del tiempo del más flojo de los kenianos.

Faltan 5km: por accidente terminé en el grupo que practicaría hockey durante todo el año. Nunca había jugado hockey. Tenía unos patines Roller Derby que sin embargo dominaba. Conocí a varios de un grado inferior con quienes compartíamos el horario de deportes. Hice un par de amigos. Jugábamos fútbol en un costado de la cancha del colegio casi todas las semanas y sólo a veces practicábamos el hockey. Me quedé en aquella disciplina por varios años, sin practicarla o aprenderla.

Me duelen las rodillas. Trato de correr a mayor zancada y elevando los muslos. Alivia las rodillas, pero siento que me agoto más.

Faltan 4km: inicié la pretemporada con el equipo de los Softmores, desde el cual esperaba ascender al de los Juniors, o quizá al Varsity. La posición que me dieron fue la de volante ‘8’, la cual no conocía bien. Marqué un gol de tiro libre en el segundo partido. Antes del tercer partido volvió la peor enemiga que he tenido en vida, mi rotura fibrilar de cuádriceps. Me negué a decirle al entrenador lo que pasaba, intenté jugar sólo con mi otra pierna pero la lesión se agudizó. Estuve 6 semanas incapacitado y sólo pude volver a jugar los últimos diez minutos del partido final de la temporada.

Siento que se me ampollan los meñiques. La rodilla derecha me duele demasiado. En el último año no he corrido más que para huir despavorido de los carros que me aceleran cuando cruzo una calle en Bogotá.

Faltan 3km: llegó el último de mis días en la escuela de South-West al sur de Minneapolis. Logré hacer más de 12 ‘dips’, Mr. Flandrick me dijo que lo lograría cuando aún no lograba la primera. Emilio y Ericel me organizaron un partido de despedida. La pelota rodó sobre la más densa nieve, a una temperatura inferior a los -15ºC. Le dejé al ‘Diablo’ el retrato que dibujé a lápiz para la clase de arte, en el que obtuve la más alta calificación. Mrs. Smith me despidió con algo de nostalgia en su expresión.

Alcanzo a un viejito de no menos de 75 años a quien todos en las aceras le aplauden al paso. No entiendo por qué no me aplauden a mí, si es claro que hago un mayor esfuerzo.

Faltan 2km: el día que decidí partir del hogar de mis padres me mudé a una casa que en el patio tenía una mezcla de médano, piedras y maleza. Compré una podadora. Las calles no tenían pavimento, y tras las lluvias se volvían un lodazal. No había alcantarillado, sólo pozos sépticos. Comía lisa todos los días, sin excepción; la docena costaba $2000. El día que me fui dejé en aquel patio el más bello jardín.

La pierna derecha me falla y tengo que detenerme. Levanto la pierna sobre un bolardo en la acera e intento recuperarla para seguir. Pierdo cerca de 3 minutos. Logro continuar.

Falta 1km: un día tomé un autobús del Greyhound desde Chicago hasta Nueva York. Estuve decidido a abandonar aquella metrópoli mágica en la que me sentí caer derrotado. Esa ruta, por esa vía, duraba 24 horas. Ya antes la había recorrido dos veces, pero esta vez me subí sin un solo dólar. Una señora que se bajó en Toledo dejó un billete de $20 en mi chaqueta. Tuvo que ser ella, no pudo ser más nadie. No sé por qué lo hizo, nunca le dije que no llevara dinero.

Vuelvo a encontrarme con el admirable viejito, y en un acto de gallardía extrema acelero el paso. Creo que logro sacarle 5 metros antes de la meta.

Juan Pablo Díaz
(Bogotá, 2012)
Twitter: @juanpdiazr

Saturday, June 30, 2012

CRECIENDO EN BOGOTÁ

Mi infancia me dio más de una herramienta para mi supervivencia años más tarde como adulto, y es que crecer en la tórrida Barranquilla es conocer, entre otras cosas, lo que es cerrar una cuadra con cuatro piedras y un balón de trapo, correr al escuchar la bocina del carrito del raspao, o hacer guerra de bolsitas de agua y maicena. Mi infancia, en principio solitario porque fui el mayor de tres varones, estuvo llena de momentos amenos fuera de las paredes del recinto que mis padres me dieron por hogar. Una tirada en picada sobre una patineta, trepadas en árboles de mamón, caimito, níspero y hasta los más complicados, el de hicaco y el de ciruela. Fracturé mi muñeca izquierda, mi clavícula derecha, alguna vez me quedó expuesta la tibia, me tomaron puntos de sutura cinco veces sólo en el rostro, y raspé tantas veces mis rodillas que aún hoy tengo una especie de callosidad en cada una.

Bogotá ha sido parte de mi vida de adulto, ciudad que aprendí a conocer al derecho y al revés, desde el Tunal hasta Toberín, desde Chapinero hasta Bosa, desde Carvajal hasta Álamos; inclusive toda provincia circundante, Sibaté, Madrid, Mosquera, Cota, Chía, Sopó. Entre más conozco esta ciudad menos me explico cómo puede hacer un niño para crecer en las entrañas de esta mole de concreto: tibia, oscura, saturada de personas y vehículos, y plagada de hollín.

Uno de cada 5 colombianos habita en esta urbe, que mueve un tercio de la economía nacional, en un mercado en el que vence, a veces, el mejor, y otras, el más barato, pero donde todos sobreviven. La capital no produce grandes personajes, ni deportistas, ni artistas, ni intelectuales, aducen algunos que debido al poco oxígeno disuelto en el aire a esta baja presión atmosférica. Pero, de nuevo, ¿Cómo hace un niño para tener infancia en esta colosal metrópoli?

Dejar a un niño creciendo en esta densa atmósfera es condenarlo a perderse de todo, a que su mundo sea lo que le muestre Nickelodeon, a que nunca se entere de lo que es recorrer el barrio en vacaciones con los demás niños, jugando a la ‘yeva’ congelada o al ‘escondite americano’, hasta la media noche. Impensable en una ciudad donde el único lugar medio seguro es el interior de la casa. Es que el Maloka y el Salitre Mágico reemplacen el agua del mar, la arena de la cancha, o el paseo en carreta por el parque. Un niño que crece en la capital será muy joven a los 8 para ingresar al estadio El Campín, mientras que su análogo en otra latitud podría ser ya un veterano de la grada con la casaca de su equipo.

Un niño que crece en la capital no comerá ‘piñitas’, comerá ‘mojicones’, y no sabrá lo que es un ‘boli’ de corozo o un raspao de tamarindo con leche condensada, sino quizá, frutica picada y algodón de azúcar. Un niño que crece en la capital cuando llegue a adulto tratará de ‘usted’ incluso a sus más cercanos amigos, con lo que se verán extrañados el resto de hispanos del planeta si alguna vez se va al exterior. El pobre niño capitalino, de adulto, dirá que llegó de “primeras” (de primero), que escribe con un “esfero”, que “le toca que suba”, que fue “qué día” (el otro día), y una cantidad insólita de incorrecciones que en el resto del mundo hispano nadie comprenderá. El pobre niño que crece en el capital hallará una dificultad tremenda para aprender un segundo idioma.

Bogotá es una experiencia para adultos, que conocimos el afuera mientras crecíamos, y nos ofrece un espacio fabuloso para volver a descargar adrenalina cada vez que un carro nos acelere para vernos correr despavoridos a la acera, para recordar el ‘que se arme la pila’ en cada estación de TransMilenio, o para recibir lecciones de urbanidad que tan gentilmente nos ofrecen con elegantes frases como “yo le hago el favor”, “yo no dormí con usted anoche”, “no me lo está preguntando pero”, y otras perlillas más.

Juan Pablo Díaz R.
Bogotá, 2012
@juanpdiazr

Friday, June 15, 2012

EN EL CIELO

-Un café, sin azúcar ni Instacrem por favor – le digo a la azafata -. Hace 15 minutos despegó el avión, será una hora de vuelo, otra vez. Sólo logro dormir los primeros minutos , luego del café procuro conocer al personaje aleatorio que el destino me puso al lado. La última vez fue un ex técnico de fútbol y logramos una interesante tertulia; esta vez un sujeto de calva brillante, inmerso en un sueño profundo, no advirtió la llegada del servicio de “agua, jugo, o café” que ofrecen las aerolíneas en los vuelos nacionales. Aunque jamás apago los celulares no puedo usarlos, en el cielo ninguno sirve, así que no tengo minutos ni internet para distraerme durante los 45 minutos que faltan. De mi copa de icopor sólo queda el olor a café, con el cual me conformo mientras pasa la azafata con una bolsa recogiendo desperdicios. Tengo 40 minutos sin BlackBerry, celular, compañero de viaje, o café. Retiro la bolsa de papel en el bolsillo del espaldar del asiento de adelante. Con cuidado la desarmo hasta obtener una escueta hoja. Llevo un plumero en el maletín de mano. Llevo también algunos meses sin escribir. Mi maletín revela algunos detalles de su dueño. Ropa comprada con dólares que convertidos a pesos se desvanecerían en media prenda en un almacén del Andino. Camisas enrolladas, en ningún caso dobladas. No hay cepillo de dientes ni desodorante. No hay perfume. No hay chancletas. Sólo hay de más unas cuantas pastillas, de las cuales soy esclavo. Pasa la auxiliar de vuelo con la bolsa y se lleva mi baso de icopor y con él mi fuente de olor a café. Aún el calvete no se inmuta, parece que la lustrada prolongación de su frente presionara la pausa de sus movimientos. Vuelvo a la pieza de papel que me fabriqué. A pesar de que desde hace tiempo cambié la tinta por un teclado aún conservo trazos estilizados en mi caligrafía. Las tildes se me arrastran un poco hacia la siguiente letra. En un juicio me hallarían culpable si el análisis grafológico fuera determinante. O me hallarían inocente. Ahora mandan a enderezar los espaldares y a levantar las mesas. El tiempo se me pasó más rápido de lo que pensé. No me salió mucho, pero no tenía nada que escribir. Juan Pablo Díaz R. Cielo colombiano (mayo de 2012) Twitter: @juanpdiazr