Thursday, June 20, 2013

EL ORGULLO COLOMBIANO

Nací en Colombia, país donde el orgullo patrio es parte del paradigma del deber ser, aunque sean muy pocos los colombianos que auténticamente defiendan con sus actos la premisa de que su amor por este país es incondicional. Un colombiano promedio defenderá ferozmente a su país de aquél, nacional o extranjero, que le ose lanzar alguna diatriba o dudosa indirecta. Un colombiano promedio tendrá siempre bajo la manga un par de frases punzantes para aquel extranjero que le juegue una broma con el tema del tráfico de drogas, o para aquel compatriota que se atreva a dudar de que es éste el país más feliz del mundo.

El colombiano promedio es de una profunda devoción religiosa. El atractivo de ir a muchos pueblos, o incluso a algunas ciudades, como Popayán, es ir a ver iglesias. El colombiano señala y condena con vehemencia a cualquiera que atente de alguna forma contra algún precepto religioso, lo percibe como un ser equivocado, y le ofrece una compasión hipócrita, con una exhalación sostenida y el ceño bien fruncido. El colombiano sabe cómo hacer del popular “que Dios te bendiga” una ofensa.

El colombiano que dice estar orgullosísimo de serlo es el mismo que arroja basuras a las calles, el que evade impuestos, el que se cuela en las filas, el que irrespeta las señales de tránsito, el que arroja su vehículo a los peatones, el que hace trampas, el que está más preocupado por lo que suceda debajo de la mesa que por encima de ella. La parte más fuerte de comprender y de aceptar, al menos para mí, es saber que el colombiano promedio se excita con la sangre de algún ‘enemigo’ de la patria. Ejemplo: cuando en alguna acción de la policía cae algún pillo y, vivo o muerto, empieza a correr su sangre sobre el pavimento, la horda enardecida en cualquier estrato disfrutará el acto con éxtasis. Se escucharán frases como “¡que viva Colombia!”. Somos una raza de naturaleza agresiva, violenta, en Colombia cualquier diferencia correrá el riesgo de dirimirse con insultos, patadas o hasta balas. No sé qué tanta distancia exista entre el guerrillero que siembra una mina anti-persona y el ciudadano que al ver caído a un ladrón se le acerca y le propina un punta pie. Ambos son igual de cobardes y salvajes.

Este país es un verdadero desastre, y no temo mencionarlo a pesar de que sé que este ensayo le costará lectores a mi blog. Me declararán apátrida o me adjudicarán algún otro epíteto. La verdad es que en lugar de orgullo siento algo de vergüenza por mi país. Por ejemplo, cuando advierto que en un vuelo nacional viajan ciudadanos extranjeros el momento del aterrizaje y carreteo lo vivo con angustia, me llevo las manos al rostro y veo de reojo al foráneo incauto, esperando a que, con el avión incluso sin detenerse algunas veces y con las señales de ‘cinturón abrochado’ encendidas, todos se levanten de sus puestos a retirar sus equipajes de los compartimientos superiores, con total desparpajo y desvergüenza, atropellándose unos a otros, tratando de ganarle espacio al de al lado. Al final se quedan de pie cinco minutos esperando a que abran las puertas. A quien no haya logrado salir de su asiento al pasillo le costará trabajo encontrar a quien le permita el paso. En alguna oportunidad tuve en el asiento de al lado a un europeo, a quien me sentí en la obligación de ofrecerle disculpas por el inocultable comportamiento primitivo de la gente.

El ejemplo anterior se queda corto para ilustrar la falta de maneras e incapacidad de interpretar los códigos universales de conducta en sociedad de la gente en Colombia. Siguiendo con los ejemplos, un colombiano promedio no sólo se quedará paralizado en una banda transportadora esperando a que ésta lo conduzca hasta el final de la misma, sino que se enojará con quien pretenda adelantársele. De aquí saltamos a un rasgo muy marcado del carácter del colombiano, la doble moral, o el moralismo inmoral, como yo lo llamo. Ese moralismo inmoral del que hablo encierra dentro de sí y nuestra cultura una conducta generalizada: la hipocresía.

La hipocresía en Colombia es una obligación, una forma de supervivencia, aquí no se le puede decir nada a nadie que sugiera una revisión de su conducta sin esperar una mala reacción, podría decirse que en Colombia un axioma es “si lo que me vas a decir no me va a sonar bonito mejor no me lo digas”. Ese rasgo de nuestra cultura nos impide utilizar las ópticas exteriores de los unos y los otros para auto revisarnos y eventualmente progresar como personas. El colombiano raramente aceptará con criterio una crítica y su tendencia será a rechazarla. Ejemplo: alguien me decía enojado que no soportaba que le hicieran correcciones a los errores gramaticales de sus redacciones. Le dije “puedes enojarte o aprovechar la corrección para aprender de ella y no seguir cometiendo el mismo error”.

Haga en Colombia dos o tres de los siguientes ejercicios: 1. Invite a un ciudadano que vea arrojar un papel a la calle a recogerlo y buscar una caneca; 2. Sugiérale a su amigo que no utilice su dedo pulgar para empujar el arroz al tenedor; 3. Pídale al chofer del bus que no se detenga a recoger al pasajero en zona prohibida; 4. Solicítele amablemente a un conductor que se detuvo sobre la cebra que retroceda su vehículo; 5. Dígale a su compañero de trabajo que cuando hable no le ponga una ‘s’ al final a los verbos en el pretérito indefinido de la segunda persona; 6. Recomiéndele a su amigo que lave sus manos antes de salir del baño y después de miccionar; 7. Hágale saber a una amiga que su china o su pelo pintado con mechones amarillos no le luce; 8. Cuéntele a su compañero uribista que ud. votó por Petro a la Alcaldía de Bogotá o que está de acuerdo con el Proceso de Paz de Santos; 9. Reclámele a quien al estacionarse esté tomando dos sitios de parqueo; 10. Explíquele al que le “cuidó el carro” que usted no le solicitó dicho servicio y que por ende no le debe nada.

El orgullo colombiano o el amor patrio es una falacia, una charada, una mentira que nos inculcaron desde niños y que nos dijeron tantas veces y de tantas formas que terminamos por creerla. El colombiano promedio es indolente, indiferente a la injusticia, la presencia y la deja pasar por alto, en absoluta complicidad con ella. En realidad sólo aman este país los que hacen algo por dejar mejor las cosas de lo que las encontraron, los que guardan el sentido de la justicia, los que aceptan las diferencias como parte del proceso y ven en ellas una oportunidad de aprendizaje. Se es mejor colombiano cediendo el puesto en el bus a una persona mayor que rezando el rosario todos los días.

No sé si viviré en Colombia mucho tiempo más, o si pronto aburrido me iré a cualquier parte. Lo único de lo que estoy seguro es que mientras viva aquí no aceptaré las imposiciones sociales mal orientadas. Actuaré bajo mi criterio legítimo. Y si algún día me voy a buscar un nuevo horizonte en otro lugar del mundo, mi mejor forma de defender a la patria que me vio nacer será simplemente hacer cada cosa con pasión.


Juan Pablo Díaz R.
Bogotá, junio de 2013.
@juanpdiazr