Friday, January 14, 2011

UN DÍA EN BOGOTÁ

Tres alarmas suenan con una diferencia de cinco minutos entre ellas, cada una ubicada lejos de la otra. Empieza el relato de los periodistas de la W a las 6:00 am, a través del encendido automático del radio. Me levanto y lleno 3 botellas de 600 cc que me tomo una detrás de otra. Tengo agua caliente, y tengo desodorante. Granola con uvas pasas, mango, papaya, guineo, melón, fresas y manzanas verdes y rojas, con leche se convierten en mi primera ingesta calórica. Un guiso de cebolla larga y cabezona, con pimentón y tomates frescos, se mezclan en el sartén con cuatro huevos. Pan integral, chocolate caliente y agua de panela completan mi desayuno. Salgo a la calle y camino hacia la Cra 13. En el camino me encuentro con varios que aún no despiertan, y que con cobijas hechas de plástico, cartón ó esponja arropan sus sueños. Mientras espero de pié en alguna esquina me empiezo a sentir un poco mareado por el incontenible flujo de gases tóxicos, producto de la combustión de docenas de buses que se dirigen al sur. Finalmente me subo a un colectivo verde que dice “BOITA”.

Me bajo en el Carrefour de la 30, empiezo a atravesar el puente peatonal. Me cruzo con una persona en muletas que procura la hazaña de llegar al otro lado a paso muy lento; una indígena descalza, con dos niñas indígenas también descalzas, esperando alguna limosna de quien pase por allí; un tipo con un brazo deforme, que lo enseña en alto mientras pide una “ayudita”. Llego al final del puente, hay alguien ofreciéndome fotos para mi pasado judicial; un vendedor de cada operador celular ofreciéndome el mejor chip. Sigo mi camino, me cruzo con una mujer que vende un maní dulce que ella misma produce en medio de la acera. Pasa alguien muy rápido cabalgando su “cicla” a través de la ciclo ruta, siento que me roza el codo. Intento atravesar una calle, pero tres carros con desvergüenza se me vienen encima sin haber indicado el cruce con los direccionales; pasan y cruzo.

Llego a mi lugar de trabajo. Ese hollín que habita el aire bogotano con aparentes cualidades sobrenaturales ha penetrado en todo lugar. Tengo que limpiar el lugar y escurrir a ese “ser maligno”. Me siento y enciendo el computador. El tiempo se pasa muy rápido hasta el final del día. Tomo el bus de regreso. A las pocas cuadras se sube una persona que asegura ser desplazado por la violencia y que solicita ayuda. No muchos le comen el cuento. Más adelante se sube un vendedor de minutos y de candelillas de incienso; con singular simpatía y sin vender lástima logra que todos le compremos la candelilla.

Salgo a correr ignorando si le hago bien a mi cuerpo por la actividad física o si por el contrario el aire denso que respiro me terminará matando. Luego de la ducha de las noches debo arreglar el lugar donde paso la mayor parte de mi vida, la cocina. Sin música de fondo la tarea se haría larga; coloco "Historias". Ya han pasado las 12 y 30, me arrojo panza arriba, intentando dormir con los ojos bien abiertos. Viro suplicando a Morfeo compasión, y a esperar el otro día…

JPDR (Bogotá, Oct 2008)

Wednesday, January 5, 2011

UN DÍA EN NUEVA YORK

El día arranca en Norbergen, a 25 minutos de Manhattan. El bus de “los peruanos” pasa y me recoge. Llego y camino un par de cuadras hacia el Port Authority. Me echo sobre una columna y me quedo por un rato viendo la vida pasar. Todos corren, hacia un lado ó hacia el otro. Se acerca a mí una mujer rubia y me dice – Will you laugh at me? – No respondo nada, al tiempo que la miro fijamente al rostro. Entonces me viene con el cuento de que le hacen falta unos dólares para completar el pasaje del Greyhound. – The last time you came up with the same thing I told you to go to the Salvation Army – Le dije. Entonces, enrojecida, da media vuelta y se va. Es la tercera vez que se acerca a mí con la misma historia triste, pero creo que esta vez fue la última.

La camiseta del Júnior se pasea muy oronda por las calles de Manhattan. Llego hasta la Biblioteca de la Quinta Avenida. Ya he encontrado un cable para el portátil. La respectiva búsqueda en “Craigslist” de un milagro que me permita seguir vivo. Pasan algunas horas, he enviado al menos 20 correos, ninguna respuesta. Se me agota el tiempo y debo irme.

De tantas veces que me he visto obligado a ir a McDonald’s creo que me ha poseído un ser maligno, mefistofélico y luciferino con el perfil de un payaso. Bajo a la estación del Subway y tomo la línea 7. Un tipo joven, desarreglado, oloroso y despelucado saca una guitarra y se coloca una dulzaina en el cuello sujetada con un particular soporte de hombre orquesta; empieza a tocar con maestría y canta con voz clara y afinada. Todo un artista, perdido en las calles, seguramente arruinado por la droga. En las pausas aprovecha para soplar a través de la dulzaina sin suspender el show que a través de cuerdas llevan sus dedos.

Llego hasta Queens. Recojo una maleta y llevo la ropa sucia al “Coin Laundry” más cercano. Mucho más caro que el de Chicago. Con dificultad logro hacer que el chino entienda que quiero que drene la salsa de mi “sesame chicken”.

Regreso a Manhattan. A través del túnel alguien me asegura que “Dios es mi Salvador”, si le doy dinero, si no, supongo que me tendré que salvar a mí mismo. Observo una mujer tocando con un instrumento extraño una melodía parecida, ó tal vez la misma de la canción “Maldita Primavera” de Yuri.

Desde la misma esquina espero a los peruanos. Hago la fila y entro casi de último. Abro la galleta de la fortuna, dice: “you will go as far as you want as long as you know where you are heading to”… Otro día que se me va, y nada pasa.

JPDR (New York, 2008)