Thursday, November 8, 2012

UN DÍA EN BUFFALO

Llego procedente de Syracuse en la mañana temprano. Arrastro mi equipaje unas cuantas cuadras hasta el consulado canadiense, según me indica un empleado de la terminal de transportes. Me encuentro en la fila con orientales y latinos. Cuando llega mi turno me dice una mujer rubia, con el entrecejo fruncido, que me hace falta el I-94, retiro mis papeles y averiguo dónde encontrar una oficina de inmigración de los Estados Unidos. Encuentro que hay una a 12 cuadras del lugar. Mi equipaje lo dejo al cuidado de un africano que acabo de conocer.

Corro desafiando un poco la estabilidad de mi pierna derecha, que ya parece estar apta para la tarea. Llego a la oficina. Me detienen porque traigo una navaja suiza. Me regreso y la dejo al cuidado de un albañil que acabo de conocer en una construcción vecina. Entro y logro hablar con uno de los agentes. Le explico mi situación y le convenzo de que me estampe un sello oficial y de que me entregue una notificación de mi legalidad como inmigrante. Regreso a gran velocidad al consulado. Presento los papeles. La mujer del ceño fruncido no parece satisfecha, me pregunta dónde está el original ─En New York─ Le respondo.

Noto que a muchos les niegan las visas, tal cual como ocurrió hace nueve años en Seattle, cuando fui el único del grupo que la obtuvo, y entonces pude llegar hasta Vancouver. Decido retirar mis papeles y declinar a mi petición de visa. Entiendo entonces que mi única opción es convencerlos de que existe algo que me impide quedarme en su país vencido el permiso, entonces empiezo a fabricar una historia. Mi padre, desde Colombia convertido de forma insospechada en mi gran aliado, me ayuda en la misión enviándome logotipos para fabricar una carta de salvación.

Aún no aparece mi I-94, y la cosa se me complica, ya tendré que esperar hasta mañana, pero así sea atravesando el Niágara en bicicleta llegaré a Canadá. No conozco a nadie en esta ciudad, no traigo dinero para hospedarme ni en el más derruido de los hostales. Empiezo a hacer llamadas, los minutos en mi celular son mi único activo.

Me entero de que varias personas conocidas se han venido a estudiar a la Universidad de Buffalo a través de un reciente convenio. Se aclara un poco el panorama. Consigo un número de teléfono. Mi interlocutor sabe quién soy. Resumo en 60 segundos mi historia.

Me acerco en el 'Buffalo Rail' a la estación 'Séneca', nombre del autor de aquella frase que reza que “la modestia es la madre de la hipocresía”. Llego a la estación “University”. Camino unas cuantas cuadras hasta un edificio de universitarios. Espero un rato. Aparece mi nuevo amigo.

Esta vez me vuelvo a salvar.

JPDR (Buffalo, julio de 2008)

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