Thursday, December 29, 2011

RUMBO A MANIZALES

Son las 5 de la mañana en Bogotá. Suena el despertador. Aún está oscuro. Mi camiseta de Junior yace tendida sobre la mesa de planchar. Le paso la plancha y la introduzco en el morral. Hace más de 20 años, con esta misma camisa puesta, a alguien se le ocurrió endosarme el apodo de Armando Díaz, que para la época conformaba la nómina de la escuadra roji-blanca. No tenía su fina ejecución con pelota quieta, pero sí llevaba su apellido, y jugaba de delantero. Todavía quedan algunos que así me llaman cuando me ven en algún lugar de Barranquilla.

Llego a la terminal de transporte y, como ayer, no hay cupo para abordar con destino a Manizales. Me embarco con destino a Fresno, Tolima, en una cáscara destartalada, procurando al menos acercarme a Manizales. Ya en Fresno la tarea parece imposible, ningún vehículo de transporte público con destino a Manizales, decenas de personas a los costados de la vía que atraviesa el pueblo estiran sus brazos a cualquier vehículo que pase con cupo.

Almuerzo en un restaurantico llamado El Refugio. No pasa transporte alguno. De repente un hombre de acento paisa pregunta que a cuánto está Manizales. Casi sin preguntarle me embarco en su camión, entendiendo que el Dios del Fútbol, una vez más, hacía que un evento conspirara a mi favor.

El hombre no para de hablar con acento paisa, cabeza rapada a los lados, un moño rizado adelante y unas colitas detrás, un par de tatuajes y seis escapularios. Dice con orgullo que él nació en la tierra de Pablo Escobar, Itagüí, donde gracias al extinto personaje ahora existía –en sus palabras- “un gran pueblo” (Pablo Escobar en realidad nació en Rionegro, Antioquia).

Luego de atravesar múltiples derrumbes que dejaban paso por un solo carril, llegamos al Alto de Letras, y finalmente a la ‘y’ que separa las rutas hacia Manizales y Pereira. El hombre sigue hacia Pereira y yo me quedo en aquel punto. Sólo me despoja de $10.000 por el favor de arrastrarme cuatro horas por las montañas de Colombia.

Me subo en el primer bus que parece dirigirse a Manizales. Por suerte acierto. 20 minutos más tarde estoy en un barrio llamado Palermo, muy cerca del estadio Palogrande. En un hostal que tenía en su letrero la palabra “Mountain” descargo mi equipaje, me doy un baño rápido y me calzo la casaca roji-blanca, con todo y ‘Muñeca’ en el pecho.

Llego al estadio e ingreso a la gradería occidental con mi amigo Leo, un barranquillero que se ha desplazado desde Cali. Algún tiempo atrás ingresé las graderías de un estadio en el que celebraría un título de Junior, entonces mi edad se escribía con los mismos guarismos, pero en orden invertido. La pasión por el equipo ‘tiburón’-símbolo y orgullo de mi natal Barranquilla- se mantiene intacta.

Los 90 minutos resultan de sufrimiento, algunos de los protagonistas no venían jugando con regularidad y la actuación de los árbitros perjudica en varias ocasiones al visitante. Un 2-1 a favor del Once Caldas empata la serie 4-4 y obliga a la definición desde el punto penal. Finalmente el Junior de Barranquilla se impone 2-4 y sólo un puñado de hinchas brincan de emoción al interior del Palogrande. Dos de ellos éramos Leo y yo. La multitud abandona en estampida el escenario deportivo y quedamos sólo unos cuantos aplaudiendo a los héroes que hoy le entregan la alegría de un título al pueblo barranquillero.

Sólo aquél a quien la geografía colocó en un rincón futbolero y cultivó el amor por unos colores que lo representan puede comprender lo que se siente ser Campeón. Algunos subvalorarán la hazaña con argumentos vanos como que nuestro fútbol es pobre, o que nos acompañó la suerte. Otros nos calificarán de insensatos. Y mientras tanto… Barranquilla está de fiesta.

http://www.youtube.com/watch?v=aUlxEPeLuEs

JPDR
Bogotá, diciembre de 2011
En Twitter: @JuanPDíazR

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