Thursday, February 14, 2013

ALGUNA VEZ FUI… (Segunda Parte)

Alguna vez fui conductor de bus intermunicipal. El hecho ocurrió en Venezuela en la vía que de San Cristóbal conduce a Barquisimeto. Yo estaba en Venezuela en épocas en las que los colombianos debíamos pedir visa para entrar por tierra al vecino país. Había hecho ingentes esfuerzos por conseguir mi visa en la ciudad fronteriza de Cúcuta, pero resultaron infructuosos. Decidí entrar a Venezuela de todas formas. Sólo un conductor de bus intermunicipal aceptó sacarme de San Cristóbal, pero no hacia Caracas, que era mi destino, sino hacia Barquisimeto. Su condición fue que condujera durante un tramo en el que una alcabala nos detendría y registraría a todos los pasajeros, pero ignorarían al chofer del bus. Así fue. No me pidieron licencia ni nada. Ni siquiera me saludaron. Buscaban colombianos sin visa y no sospecharían del chofer. Ya había hecho mis prácticas de chofer de bus en un parqueadero de Urba-Playa en el que con frecuencia sacaba y metía buses que obstruían la salida de mi VolksWagen, pero esta vez en las rápidas vías venezolanas y con adrenalina de por medio fue más emocionante.

Alguna vez fui jugador de la Selección Colombia de mayores. Ocurrió en un partido amistoso en el Metropolitano a puerta cerrada previo a la Copa América del 2001. Yo había sido contratado para arreglar las porterías y ponerles mallas con tejido de panal. Mi trabajo era muy importante porque sería el centro de atención de las cámaras en una transmisión televisiva que llegaría en directo a más de 80 países. Me puse los cortos, me colé a la zona de trabajos de campo, y bajo las órdenes de Francisco Maturana hice parte de unos ejercicios previos al duelo amistoso. Hice fila para cobrarle tiro penal a Óscar Córdoba. Hice estiramiento de gemelos con Roberto Carlos Cortés. Fueron mis únicos minutos haciendo algo de lo que más me gusta con los que mejor lo sabían hacer. Nunca tuve la oportunidad de participar de los múltiples trabajos de campo en los entrenamientos de Junior a los que asistí. Aquella fue mi fugaz revancha. Aquellos muchachos resultarían campeones de la Copa América con el récord de no recibir un solo gol en contra.

Alguna vez fui ponente involuntario frente al Alcalde de Barranquilla. Fue en el coliseo del Colegio Eucarístico de Barranquilla. Mi profesor de filosofía tenía la responsabilidad de enviar unos estudiantes en representación del colegio para presentar una propuesta de impacto social, él lo había olvidado por completo, nunca seleccionó a nadie para que la desarrollara, y decidió a última hora confiar en mí para que fuera el encargado de diseñar una improvisación y presentarla con micrófono en mano frente al Alcalde y 800 personas más dos horas después de haber sido notificado. Recuerdo que fue un 8 de noviembre. El profesor me dio oportunidad de llevarme a dos compañeros que me pudieran respaldar. Yo no me llevé a quienes me pudieran respaldar, me llevé a los dos compañeros que más quería, a mis mejores amigos, simplemente para que vivieran conmigo aquel descabellado episodio. Al final no me salió tan mal, aunque no conservo en mi memoria cuál fue mi propuesta.

Alguna vez fui predicador. No fue un evento efímero. Ocurrió durante mi adolescencia cuando creí encontrar en los relatos bíblicos parte del sentido del ser. Fue una experiencia simultánea con mi aprendizaje de la filosofía, ciencia cuyo estudio me resultaba fascinante. Desde Grecia, pasando por la escolástica, el renacentismo y llegando hasta la filosofía contemporánea la historia me mostró muchas teorías sustentadas con explicaciones etéreas o argumentaciones teológicas. Me interesé entonces paralelamente por el tema de la religión, hice parte de un grupo pastoral, participé de múltiples reuniones de predicación y hasta gané un concurso mariano con premio incluido. Fue una etapa que me ayudó a descubrirme y a discernir sobre los preceptos establecidos por la moral cristiana. Hoy en día rechazo muchas de las cosas relacionadas con las religiones y las iglesias, no creo en los sacramentos, y soy un acérrimo enemigo de muchas de las normativas impuestas por el moralismo cristiano.

Alguna vez fui profesor universitario. Había sido tutor en idiomas, monitor en varias asignaturas de ingeniería y docente asistente en una especialización, luego tenía alguna experiencia en el ámbito académico desde el lado de la pizarra. La ocasión se dio porque la herramienta computacional sobre la cual se basaba una asignatura de la que era monitor incluyó un nuevo módulo en su nueva versión y el profesor del curso no alcanzó a familiarizarse con dicho módulo cuando correspondió dictarlo. Yo había aprendido por mi cuenta a manejar el nuevo módulo con suficiencia. El profesor confió en mí para que fuera yo quien lo dictara en lugar de él. Fue un voto de confianza por el que nunca dejaré de agradecer a aquel profesor porque fue algo que anhelé poder hacer y se me dio. No pierdo la esperanza de algún día como catedrático poder dictar un curso de educación superior.

Alguna vez fui albañil. Vivía en Minnetonka, suburbio de Minneapolis. La casa en que vivía se incendió. La clase media en los EEUU suele hacer todo aquello para lo que sea físicamente capaz y disponga de manuales en Google o YouTube. No es común llamar al plomero o al pintor a menos que el trabajo requiera realmente de una mano de obra calificada. La familia Hiltsley, con la que vivía, decidió reconstruir la casa sin ayuda de nadie, pese a que la propiedad tenía un seguro que cubría los daños del incendio. Fueron varias semanas de ardua labor. Mi trabajo consistía en derrumbar paredes y remover escombros. Lo hacía por tres horas diarias de lunes a viernes al llegar de la escuela, y a doble jornada sábados y domingos. Tuve graves problemas de espalda por casi 4 años, al parecer derivados de aquellas semanas de carga excesiva sobre los músculos dorsales. Desde entonces valoro mucho los trabajos que exigen esfuerzo físico y hago lo posible por pagar bien a los obreros que he tenido a cargo.

Juan Pablo Díaz
Barranquilla, 2013
@juanpdiazr

1 comment:

Susana said...

Mejor dicho, todero.